viernes, 5 de julio de 2013

“π”, de Darren Aronofsky.



"When your mind becomes obsessed with anything, you filter everything else out and find that thing everywhere."

Para contar bien una historia de obsesión y paranoia, es necesario ser capaz de transmitir tales estados mentales al espectador; entrar en su cabeza e implantarle todas esas preocupaciones hasta hacerle delirar. En “Pi”, su film debut, Aronofsky  se adelanta a lo que se convertirá en la firma particular de su filmografía y lo consigue de manera magistral. ¿Cuál es este sello personal? El declive y la progresiva autodestrucción de un personaje central a causa de la entrega total a sus ideales. 

Conozcan a Max Cohen, un matemático teórico que vive solo en su apartamento y cuyo círculo social se reduce a una niña que gusta de usarlo como calculadora humana y su mentor, Sol, con quien ocasionalmente juega al Go. Desde el principio queda claro que algo no anda muy bien en la cabeza de Max y que sus problemas van más allá del excentricismo y la falta de habilidades sociales. El tipo “rarito” siempre va a tener unas ideas igual de “raritas”. Tras conocer a un entusiasta judío en un bar y cruzar algunas de estas ideas con él, la vida de Max empieza a irse vertiginosamente al carajo a medida que sigue encontrando pruebas que confirman sus delirantes teorías.

El manejo visual que Aronofsky le da a esta trama acentúa sus cualidades paranoicas y obsesivas. Recurriendo a técnicas que ya son consideradas su marca registrada (primerísimos planos detalle presentados mediante un montaje rápido, planos picados y subjetivos, fast motion, entre otros), el autor pretende que percibamos la realidad de la misma forma en que lo está haciendo su trastornado personaje, llevándonos al interior de esa mente y consiguiendo un efecto de empatía muy vívido. No pasa mucho tiempo antes de que estemos metidos de cabeza en el mundo de Max, compartiendo sus ideas, sus angustias e incluso sus dolores. En este sentido, “Pi” es el thriller psicológico por excelencia.

La elección del formato blanco y negro tampoco es casual. La frialdad y la monotonía de la vida del matemático quedan mejor representadas así, sin color, o, en todo caso, mediante un sistema de color binario (blanco/negro, verdadero/falso, 1/0). Todo esto acompañado de una banda sonora que va a ritmo con el proceso mental del protagonista, enfatizándolo. Tratar de recrear la misma historia sin el uso de esos recursos la despojaría en gran medida de su fuerza narrativa.

Aronofsky es bueno mostrándonos los peligros de los excesos, vidas arruinadas por ideales llevados hasta sus últimas consecuencias, gente que se pierde a sí misma haciendo lo que ama. Si no consiguiera que conectemos con esos personajes, todo se echaría a perder, pero lo consigue, y muy acertadamente. “Pi” marca el inicio de la carrera de un director arriesgado que se atreve a contar tragedias humanas vistas de muy cerca. Demasiado cerca, a veces.


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