jueves, 31 de enero de 2013

"Las correcciones", de Jonathan Franzen.





"La Gran Novela Americana Contrmporánea". Eso resume lo que pienso de Las correcciones y debería bastar como reseña. Pero me voy a extender justificando esta apreciación. No sé si Franzen se lo propuso al escribirla, pero estoy seguro de que lo consiguió. Sí, David Foster Wallace y su Broma infinita  me gustan mucho más y no voy a discutir su complejidad superior (y muchas otras características que la hacen única y merecedora de todos los elogios) pero, a pesar de tratarse de autores contemporáneos y hasta amigos entre sí, no considero que sean novelas comparables. Estoy hablando de una novela que refleje las características de los Estados Unidos en este momento, en este siglo, en este zeitgeist, y Las correcciones lo consigue magistralmente al traducir la realidad completa y actual de todo un país a través de las vicisitudes de una familia: los Lambert. Eso es para mí "la Gran Novela Americana Contemporánea" (título horriblemente pomposo, pero nunca mejor merecido).

Todos los elementos están presentes:

  • El patriarca, Alfred, que forjó los cimientos de la familia, típico macho norteamericano, corpulento, listo (es interesante descubrir que leía a Schopenhauer en su juventud), machista, terco. Somos testigos de su auge y de su humillante pero inevitable caída. A su alrededor crece y florece el resto de la familia, gracias a él, directa o indirectamente, todos son lo que son, estén o no dispuestos a admitirlo.  
  • Luego está Enid, la madre, la esposa, la histeria en vida. Enid es todo emoción, la contraparte del intelectual y serio Alfred. Pasa su vida permitiendo que este la corrija, aceptando sumisamente la culpa de todo lo que ha ido mal pero sabiendo que es su esposo quien debería hacer las cosas de otra manera. Deposita todas sus esperanzas (engendradas en la frustración de su propia vida) en sus tres hijos. 
  • Gary, el mayor, es el más exitoso desde los parámetros norteamericanos y, sin embargo, el menos satisfecho. Aun cuando sus padres deberían estar orgullosos de él por haber alcanzado todo lo que se esperaba y más, vive en constante conflicto con estos pues ellos son los que, mientras envejecen, no se ajustan a los estándares materialistas de este hijo. Gary lucha contra el diagnóstico de depresión clínica, dado por Caroline, su esposa, y se empeña en demostrar que todo en él está bien, con resultados casi catastróficos.
  • Le sigue Chip, una amalgama entre intelectual-artista-profesor. Un cliché. Es el fracasado de la familia (según la opinión de sus hermanos, porque sus padres le tienen en alta estima). Después de casi tocar fondo, huye hacia Lituania a la primera oportunidad y se embarca en un trabajo para el que no tiene ninguna experiencia y que sin embargo le permite vivir mucho mejor de lo que jamás pudo en Estados Unidos. Pero tarde o temprano tendrá que volver y enfrentarse a la realidad. Quizás el único hijo al que no le importan en lo más mínimo las expectativas de sus padres; vive de manera hedonista, para sí.
  • Finalmente está Denise, la última hermana. Denise, la insegura, la que no sabe lo que quiere, la que hace todo lo que hace por satisfacer a sus padres, buscando un equilibrio con lo que ella desearía para sí misma. Se debate entre el éxito profesional y su dubitativa orientación sexual. Adora a sus padres y reprende a sus hermanos cuando estos los desvaloran. Denise parece la más sana y estable, pero debajo de su cara bonita hay mucha oscuridad. 

Por separado, todos estos personajes son magníficamente construidos; su psicología es de las cosas mejor elaboradas que he visto en ficción. Me he tomado la molestia (que en realidad fue un placer) de retratarlos brevemente porque están muy frescos en mi mente y siento que los conozco muy bien. Muchas de las reseñas negativas sobre la novela hacen referencia a lo insoportables que pueden llegar a ser los personajes. Estoy de acuerdo con esa opinión, pero es necesaria una acotación: son insoportables porque se parecen mucho a nosotros, a esa parte de la que no nos gusta presumir, porque muestran la realidad dura y pura de un ser humano habitante del siglo XXI. ¿Y cuál es el trabajo de la buena ficción? Ese, precisamente. Así que si los personajes son incómodos, es porque la realidad, desprovista de todo maquillaje, es terriblemente incómoda.

He dicho todo esto en relación a los personajes por separado, analizándolos uno por uno, lo cual, de entrada, es un error. Desde el principio está claro que todos ellos, como familia, se definen mutuamente. La dinámica familiar retratada por Franzen es hermosa en su complejidad. Cualquiera que tenga familia (lo que equivale a decir "cualquiera que tenga sangre") se sentirá reflejado en al menos una de las escenas que muestran las relaciones entre los miembros de esta "adorable" familia. De hecho toda la trama (no lineal) va poco a poco convergiendo en el capítulo final: la reunión para la última cena de Navidad, que como clímax no decepciona.

¿Hablo sobre el título? De acuerdo. Es evidente, a medida que vas conociendo a los personajes, que todos están buscando cambiar algo en ellos mismos o en los otros (o hacer lo uno a través de lo otro, que es más común). Mejorar, arreglar, corregir. Sucede a lo largo de toda la novela, con referencias directas o veladas. Mi favorita, por ser una especie de broma (y eso siempre me recuerda a David Foster Wallace) es la del procedimiento neuroquímico que se supone que curará el Parkinson de Alfred y con ello mejorará la vida de todos: su nombre es "Corecktall" (pronúnciese correct all). Lo último que quiero es buscarle moraleja a la historia, pero aquí va una idea final: reconocer que hacer correcciones es algo inherente a nuestra naturaleza es reconocer que somos imperfectos y que sin importar lo bien o mal que nos vaya en la vida, nunca nos cansamos de corregir, nunca estamos conformes. 

La Gran Novela Americana, al menos de la primera década de este siglo, se llama Las correcciones. Esto puede gustar a unos y fastidiar a otros, pero es un hecho. Opinen lo que quieran.




miércoles, 16 de enero de 2013

Primer y anticipado vistazo a "Las correciones", de Jonathan Franzen, en vista de la polarización de la crítica.




No creo haberme encontrado antes con una novela que generara opiniones tan polarizadas como las que genera Las correciones, de Jonathan Franzen. Por las críticas que voy leyendo en todo Internet (sí, soy de los que leen críticas antes, durante y después) me voy dando cuenta de que es uno de esos libros que amas u odias. No me meto con el autor; ya sé que algunas de esas reseñas están escritas con un odio visceral hacia Franzen por una u otra razón, uno que otro escándalo gringo, algo relacionado con Ophra Winfrey y un programa de televisión que por suerte nunca he visto y ahora, con toda seguridad, nunca veré. Yo me meto con la obra, con su contenido y su calidad, si es que la hay. Y resulta que hasta el momento hay calidad, y mucha. Estoy aproximadamente en la mitad de la novela y no encuentro ninguna razón para abandonarla. La narrativa es impecable, los personajes extremadamente bien construidos, la trama no lineal (que se desarrolla sobre todo en las cabezas de los personajes) es muy atractiva y en fin, la novela va bien y si sigue a este ritmo va a estar entre mis favoritas. Claro que podría perder fuerza y podría empezar a volverse aburrida y el final podría decepcionar. Pero ese es el riesgo de toda lectura.


"Jonathan Franzen es David Foster Wallace con Rivotril." —Yo, en Twitter

Creo que de Franzen se espera demasiado, por haber sido amigo de David Foster Wallace, por formar parte (aunque a muchos incomode) de la narrativa norteamericana posmoderna, por haberle escuchado compararse con Pynchon, De Lillo y Roth. Franzen es un escritor bueno (muy bueno, diría yo) de quien se epera genialidad, pero ese estándar de genialidad no está muy bien definido y está bastante marcado por el esnobismo y el elitismo literarios, muy de moda. Y es curioso que sus mayores detractores no se den cuenta de cómo caen en el mismo error del que le acusan: la arrogancia. Yo hablo por Las correcciones, que creo (y todos estarán más o menos de acuerdo) que es su Opus Magnum. Por ningún otro libro. Pero es mejor no adelantarse mucho; no quisiera retractarme en el siguiente post, una vez que termine la novela, y terminar uniéndome a ese coro de voces que abuchean a Jonathan Franzen incansablemente. Francamente lo dudo, pero ya se verá.