domingo, 28 de octubre de 2012

Dos novelas.



Esta reseña se va a terminar cuando mencione el nombre del autor de los libros sobre los que trata. Podría hacerlo ahora mismo y así ahorrarles una retahíla de impresiones sensibleras y subjetivas, pero no lo haré. Sigan leyendo, a menos que su curiosidad u holgazanería (o las dos cosas juntas) no se los permitan; entonces salten al final. 

Leí dos novelas en esta semana. Lo hice como si coqueteara con ellas, como si fueran amantes o amoríos de una noche (en uno de los casos fue en efecto un amor de una noche, o de una madrugada, para ser más exactos). Las leí para darme un respiro, para probar por un momento muy breve un sabor diferente al que estaba acostumbrado en el último par de meses. Todos lo hacemos de vez en cuando y viene bien, para refrescarse. El problema está cuando te gusta y quieres quedarte. Pero eso no pasa con estas novelas. Desde que empiezas sabes que no perdurarán. Abres sus páginas y las consumes con tal avidez, con tal desesperación, que casi no puedes respirar. Se disfrutan enormemente, claro, como cualquier one-night-stand, pero desde el principio se tiene la certeza absoluta de que no van a ser más que eso, no pueden serlo. A lo mejor es justamente eso lo que las hace tan buenas. 

La brevedad las caracteriza. La brevedad, que no es sinónimo de simpleza. Por el contrario: asombra cuántas cosas es capaz de meter el autor en tan pocas páginas, en tan pocas palabras. Y es curioso, pero quedan tan perfectas, tan bien cerradas, que uno tiene la impresión de que si el autor añadía una página más, se habrían arruinado.

Ambas novelas son un pretexto para cuestionar la utilidad de la literatura. ¿Para qué escribir libros? ¿Para qué contar historias? ¿Cuál es la utilidad de la ficción?. Cuando uno está enfermo de literatura, estas preguntas le parecen necias. Pero tras leer estas historias de gente que escribe y que deja de escribir y luego vuelve a escribir y parece difuminarse entre su vida real y la ficción, las mismas preguntas se vuelven duras, muy duras de afrontar. 

En ambas hay protagonistas que escriben, y lo que escriben nunca trasciende. Escriben para sí mismos, o a lo sumo para una persona particular. Ambas están oscuramente conectadas por varios detalles, pero sobre todo por un detalle. Hasta los nombres de los protagonistas se parecen (y debieron haberse llamado igual, de no ser porque el oficial del registro civil escuchó mal el nombre de uno de ellos). En ambas hay mujeres que se van (pero las mujeres siempre se van, supongo que esa no es una coincidencia).

El autor es chileno, heredero de la tradición de Bolaño. Un escritor latinoamericano contemporáneo que me ha sorprendido con sus dos breves novelas. Me ha fulminado. Las novelas son Bonsái y La vida privada de los árboles. El autor: Alejandro Zambra. 


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