—¡Buenos días, señor Pájaro!
—Hola, ¿cómo te va?
—Ahí, en medio de unos trámites burocráticos, usted sabe como son las cosas en este país.
—Claro, claro.
—No estaba seguro de si usted era usted. Es un gusto enorme conocerle en persona. Soy un gran admirador de su obra. Lo leo semana tras semana en El Universo, cada mes en Mundo Diners y he leído un par de sus libros y los he disfrutado mucho.
—Gracias m'hijo.
—¿Puede firmarme un autógrafo? Por aquí tengo un esfero y... Sí, y esta agenda.
—Con gusto m'hijo. ¿Para quién te lo firmo?
—Andrés Borja, gracias.
—¿No serás, por si acaso, nieto del narizón?
—No, no.
—Bueno, veamos... Con afecto, para... Andrés... en nuestro encuentro... casual... y fortuito. Pájaro Febres Cordero. Ya está, aquí tienes.
—Muchísimas gracias, señor Pájaro. ¿Puedo decirle Pájaro?
—Por supuesto, m'hijo.
—Bueno, entonces ¡que le vaya bien señor Pájaro!
—¡Y que te vaya bien también, m'hijo! ¡Suerte con la burocracia y cuidaráste del excelentísimo señor presidente de la República!
Nota aclaratoria: Este encuentro ocurrió sólo en la imaginación del autor, mientras el mismo observaba, absorto, al Pájaro Febres Cordero sacar plata de un cajero automático. Mientras el cerebro del autor construía este diálogo ideal (cambiando una y otra vez la frase inicial), el Pájaro guardaba su tarjeta de débito en su billetera y se alejaba del cajero acompañado de su señora esposa. La incapacidad del autor para reaccionar adecuada y oportunamente, llevando a la realidad su fantasía, se debe sobre todo a su extrema timidez y a su tendencia a sobrepensar todo antes de actuar. El autor se arrepentirá y se culpará por este fracaso hasta el final de sus días.
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