lunes, 29 de abril de 2013

"The adventures of Huckleberry Finn", de Mark Twain.





Mi primera impresión tras terminar la lectura de Las aventuras de Huckleberry Finn fue que me había tardado muchos años en descubrir este libro. Pensé (y pensaba a medida que lo leía) que debí haberme acercado a él cuando aún era un púber, cuando podía identificarme mejor con Huck Finn, en fin, cuando era un muchacho más inocente. De eso iba a tratar esta reseña: de la importancia de esta novela como lectura iniciática, de cómo me aseguraré de que mis hipotéticos y poco probables futuros hijos y nietos lo lean  (junto con Alicia, El Principito y El Hobbit) antes que ningún otro libro. Ahora lo pienso bien y decido que no, que las aventuras de Huck Finn o de Tom Sawyer (que hace un cameo en este libro y que, por cierto, me cae muy mal) no son literatura infantil o juvenil en absoluto, más bien son historias muy duras, difícilmente digeribles por un niño. De pronto entiendo la intención de Mark Twain: que el lector se parta de la risa. Este es un libro para leerse con mucho sentido del humor, pero esto solo se consigue observando a sus personajes desde fuera, desde la imposibilidad de cualquier  identificación, desde las alturas sin retorno de la vida adulta. 

He perdido la cuenta de cuántas novelas han sido ennoblecidas con el rimbombante título de "La Gran Novela Americana". Al respecto, mi opinión es que hay una gran novela americana por cada década de la cambiante historia de ese país, una obra de ficción que representa todo lo que Estados Unidos fue durante determinados diez años; después de eso la misma historia ya no sería representante fiel de la realidad. 

Esta es, sin asomo de duda, una de esas novelas: en ella tenemos la oportunidad de echar un vistazo a los Estados Unidos previos a la Guerra Civil a través de los ojos de un niño que viaja por el Mississippi río abajo (creyendo que está viajando río arriba) en compañía de un esclavo negro al que ha ayudado a escapar. Huck y Jim, prófugos, ingenuos y blanco fácil de infinidad de peligros, se embarcan en una aventura épica de la cual no cualquiera habría salido vivo. Si ellos se salvan es precisamente debido a las características que en apariencia los hacen más vulnerables. Y claro, gracias a la perspicacia y la habilidad para mentir del buen Huck. Pese a que en ocasiones podría confundírsela con una novela moral, Twain deja bien claro desde el principio, en una genial advertencia introductoria, que cualquiera que intente encontrar lecciones, razones o incluso una trama en su narrativa, será juzgado, desterrado y hasta podría recibir un disparo. La misma advertencia debería abrir toda obra literaria.


Un pensamiento aislado que no puedo reprimir: me gusta confundir la realidad con la ficción, pero me gusta más confundir la ficción con la ficción, entrelazar historias que nunca sucedieron. Así me he convencido de que uno de los hijos del viejo Jim terminó por convertirse en Django "Freeman", el prócer de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos (remitirse al último film de Tarantino). 

Y un consejo final: hay que leerla en inglés. No quiero ni pensar cómo acometieron la traducción de un texto con tantos dialectos (están el dialecto de Jim y de los negros de Missouri, la variedad de acentos sureños en algunos personajes), pues el autor también explica, antes de iniciar, que no los ha transcrito al azar o por adivinanza, sino tras un muy arduo esfuerzo y gracias a su experiencia y familiaridad con los mismos. Esto puede resultar confuso al principio, sobre todo para un lector que viene de otro idioma, pero pronto se vuelve divertido y nos permite imaginar con más detalle los diálogos y así tener una experiencia más completa. Es lamentable lo mucho que se pierde en cualquier traducción, pero estoy convencido de que en esta en particular se pierde mucho más.


jueves, 14 de marzo de 2013

Dietario prescindible.

Es inevitable empezar esta entrada sin dar algunas explicaciones sobre el aparente abandono del blog en las últimas semanas. Baste decir que la mayor parte de ellas se reducen a una: holgazanería. Ni siquiera he leído muchos libros ni visto muchas películas (ni hablar de discos nuevos) en este tiempo, así que, por otra parte, ¿sobre qué habría podido haber escrito? A fin de cuentas, este dietario (por nombrarlo de alguna manera) no se lo debo a nadie más que a mí mismo, así que si lo abandono ocasionalmente, yo soy el único afectado (si es que me afecta en algo). Vuelvo a escribir, aunque no tenga nada concreto sobre lo que escribir, sobre todo porque extraño escribir. Hace un par de días me puse a escribir un cuento. Todo el proceso fue muy rápido, me tomó un día y medio, y la satisfacción obtenida al finalizarlo me recordó cuán divertido y apasionante puede ser. Es un buen cuento, con una idea de fondo original y bien explotada. Creo que ese impulso narrativo surgió a raíz de la lectura desaforada de la última parte de Llamadas telefónicas. El estilo es muy deudor de Bolaño, desde luego, como todo lo escrito por quienes nos consideramos sus hijos de letras, y quizás por eso parece un buen cuento. Es interesante compararlo con mis primeras aproximaciones al género: la evolución salta a la vista. Fue entretenido compartirlo con amigos entendidos, recibir algo de feedback y todo eso. Todo esto para justificarme y asegurar (asegurarme a mí mismo) que no he abandonado la escritura del todo y quizás no deba abandonarla aún.

Poco ha sido lo que le leído últimamente, nada digno de mención, realmente. Tras la lectura de Las correcciones, empecé con libros más bien pequeños como Curso de filosofía en seis horas y cuarto, de Gombrowicz, divertido, fugaz y sobre todo cristalino para los que disfrutan de refrescarse en las aguas de la filosofía de vez en vez; El gran Gatsby (otro clásico menos de la lista), bastante bueno, la verdad, lamento no haberlo leído antes; El hobbit, en un intento por incursionar en lo fantástico de la mano de uno de los que se supone que son realmente buenos con ese género, y debo admitir que no me decepcionó en absoluto, una narración impecable, digna de un inglés oxoniense, pero creo que tuve suficiente como para postergar la trilogía de los anillos hasta un futuro no muy cercano. Finalmente arremetí con un ensayo, para deleitar mi mente ávida de argumentos controvertidos, cubierto del brillante y agudo humor de un autor muy querido para mí, aunque este sea su primer libro que leo. Se trata de Christopher Hitchens y su Dios no es bueno, un delicioso alegato contra la religión y una reivindicación del ateísmo, el agnosticismo y la libertad de simplemente no creer en nada. 

Antes de decantarme por mis próximas lecturas, atravesé una especie de crisis. Tenía dos opciones, o me lanzaba de cabeza sobre la monumental obra maestra de Pynchon, El arco iris de gravedad, o empezaba con algo más ligero, como Desayuno en Tiffany´s. Incluso leí las primeras páginas de estas obras, así como las del Libro del desasosiego, de Pessoa, pero las fuerzas me flaquearon. Una mañana abrí mi e-reader y de pronto decidí que la era hora de empezar con La vida, instrucciones de uso, y heme aquí enfrentándome a otra obra enciclopédica, al más puro estilo de Rayuela. El libro escoge al lector, me gusta pensar ese tipo de idioteces, me hacen sentir mejor. El libro de Perec va bastante bien, aunque lo estoy leyendo lentamente. Uno tiende a perderse al principio, lo cual es muy atractivo para mí porque la experiencia me ha enseñado que la recompensa siempre llega en libros que empiezan así. A la par, he empezado con otro dietario, esta vez del maldito Bolaño. Son casi dos años en que no he leído nada de Bolaño, después de haberlo devorado casi todo en un período de tiempo más bien corto. Entre paréntesis es muy entretenido pues reúne todo lo que escribió fuera de lo narrativo o poético, "lo más cercano a una autobiografía", se atreven a decir por ahí. Me entretiene bastante, había olvidado su humor, su sarcasmo, su pedantería, su brutalidad. Es como reencontrarse con un viejo amigo que a la vez es tu maestro indiscutible. 

Es muy poco lo que puedo decir en cuanto a películas, aún cuando este blog no les ha dedicado mayor espacio. La verdad es que son más bien las series de televisión las que se han ganado mi interés en este último tiempo, siendo 'Breaking Bad', de Vince Gilligan, algo que me atrevería a calificar como obra maestra. No es broma. Los escritores de esta serie pudieron haberla convertido en una novela de muy buena calidad, pero optaron por un formato más comercial, lo cual no desmerece su ingenio. Quien no la haya visto todavía, se está perdiendo de unos de esos eventos televisivos que van a pasar a la historia. Pero debo advertirles sobre su potencial adictivo y su capacidad para promover la procrastinación. Ya hay debates en la red sobre si las series de televisión de hoy en día (las de calidad por supuesto, no todas) están reemplazando a la literatura en la creación de clásicos. Yo no iría tan lejos, pero algunas de ellas sí merecen ovaciones.

Y esto es lo que me ha ocupado en las semanas pasadas. No es mucho, pero como se ve, no me ha dado nada lo suficientemente extenso o apasionante como para escribir. O quizás sí y lo único que estoy haciendo es justificar mi holgazanería. Ya vendrán tiempos mejores, temas apasionantes, ganas de escribir algo más que excusas.


jueves, 31 de enero de 2013

"Las correcciones", de Jonathan Franzen.





"La Gran Novela Americana Contrmporánea". Eso resume lo que pienso de Las correcciones y debería bastar como reseña. Pero me voy a extender justificando esta apreciación. No sé si Franzen se lo propuso al escribirla, pero estoy seguro de que lo consiguió. Sí, David Foster Wallace y su Broma infinita  me gustan mucho más y no voy a discutir su complejidad superior (y muchas otras características que la hacen única y merecedora de todos los elogios) pero, a pesar de tratarse de autores contemporáneos y hasta amigos entre sí, no considero que sean novelas comparables. Estoy hablando de una novela que refleje las características de los Estados Unidos en este momento, en este siglo, en este zeitgeist, y Las correcciones lo consigue magistralmente al traducir la realidad completa y actual de todo un país a través de las vicisitudes de una familia: los Lambert. Eso es para mí "la Gran Novela Americana Contemporánea" (título horriblemente pomposo, pero nunca mejor merecido).

Todos los elementos están presentes:

  • El patriarca, Alfred, que forjó los cimientos de la familia, típico macho norteamericano, corpulento, listo (es interesante descubrir que leía a Schopenhauer en su juventud), machista, terco. Somos testigos de su auge y de su humillante pero inevitable caída. A su alrededor crece y florece el resto de la familia, gracias a él, directa o indirectamente, todos son lo que son, estén o no dispuestos a admitirlo.  
  • Luego está Enid, la madre, la esposa, la histeria en vida. Enid es todo emoción, la contraparte del intelectual y serio Alfred. Pasa su vida permitiendo que este la corrija, aceptando sumisamente la culpa de todo lo que ha ido mal pero sabiendo que es su esposo quien debería hacer las cosas de otra manera. Deposita todas sus esperanzas (engendradas en la frustración de su propia vida) en sus tres hijos. 
  • Gary, el mayor, es el más exitoso desde los parámetros norteamericanos y, sin embargo, el menos satisfecho. Aun cuando sus padres deberían estar orgullosos de él por haber alcanzado todo lo que se esperaba y más, vive en constante conflicto con estos pues ellos son los que, mientras envejecen, no se ajustan a los estándares materialistas de este hijo. Gary lucha contra el diagnóstico de depresión clínica, dado por Caroline, su esposa, y se empeña en demostrar que todo en él está bien, con resultados casi catastróficos.
  • Le sigue Chip, una amalgama entre intelectual-artista-profesor. Un cliché. Es el fracasado de la familia (según la opinión de sus hermanos, porque sus padres le tienen en alta estima). Después de casi tocar fondo, huye hacia Lituania a la primera oportunidad y se embarca en un trabajo para el que no tiene ninguna experiencia y que sin embargo le permite vivir mucho mejor de lo que jamás pudo en Estados Unidos. Pero tarde o temprano tendrá que volver y enfrentarse a la realidad. Quizás el único hijo al que no le importan en lo más mínimo las expectativas de sus padres; vive de manera hedonista, para sí.
  • Finalmente está Denise, la última hermana. Denise, la insegura, la que no sabe lo que quiere, la que hace todo lo que hace por satisfacer a sus padres, buscando un equilibrio con lo que ella desearía para sí misma. Se debate entre el éxito profesional y su dubitativa orientación sexual. Adora a sus padres y reprende a sus hermanos cuando estos los desvaloran. Denise parece la más sana y estable, pero debajo de su cara bonita hay mucha oscuridad. 

Por separado, todos estos personajes son magníficamente construidos; su psicología es de las cosas mejor elaboradas que he visto en ficción. Me he tomado la molestia (que en realidad fue un placer) de retratarlos brevemente porque están muy frescos en mi mente y siento que los conozco muy bien. Muchas de las reseñas negativas sobre la novela hacen referencia a lo insoportables que pueden llegar a ser los personajes. Estoy de acuerdo con esa opinión, pero es necesaria una acotación: son insoportables porque se parecen mucho a nosotros, a esa parte de la que no nos gusta presumir, porque muestran la realidad dura y pura de un ser humano habitante del siglo XXI. ¿Y cuál es el trabajo de la buena ficción? Ese, precisamente. Así que si los personajes son incómodos, es porque la realidad, desprovista de todo maquillaje, es terriblemente incómoda.

He dicho todo esto en relación a los personajes por separado, analizándolos uno por uno, lo cual, de entrada, es un error. Desde el principio está claro que todos ellos, como familia, se definen mutuamente. La dinámica familiar retratada por Franzen es hermosa en su complejidad. Cualquiera que tenga familia (lo que equivale a decir "cualquiera que tenga sangre") se sentirá reflejado en al menos una de las escenas que muestran las relaciones entre los miembros de esta "adorable" familia. De hecho toda la trama (no lineal) va poco a poco convergiendo en el capítulo final: la reunión para la última cena de Navidad, que como clímax no decepciona.

¿Hablo sobre el título? De acuerdo. Es evidente, a medida que vas conociendo a los personajes, que todos están buscando cambiar algo en ellos mismos o en los otros (o hacer lo uno a través de lo otro, que es más común). Mejorar, arreglar, corregir. Sucede a lo largo de toda la novela, con referencias directas o veladas. Mi favorita, por ser una especie de broma (y eso siempre me recuerda a David Foster Wallace) es la del procedimiento neuroquímico que se supone que curará el Parkinson de Alfred y con ello mejorará la vida de todos: su nombre es "Corecktall" (pronúnciese correct all). Lo último que quiero es buscarle moraleja a la historia, pero aquí va una idea final: reconocer que hacer correcciones es algo inherente a nuestra naturaleza es reconocer que somos imperfectos y que sin importar lo bien o mal que nos vaya en la vida, nunca nos cansamos de corregir, nunca estamos conformes. 

La Gran Novela Americana, al menos de la primera década de este siglo, se llama Las correcciones. Esto puede gustar a unos y fastidiar a otros, pero es un hecho. Opinen lo que quieran.




miércoles, 16 de enero de 2013

Primer y anticipado vistazo a "Las correciones", de Jonathan Franzen, en vista de la polarización de la crítica.




No creo haberme encontrado antes con una novela que generara opiniones tan polarizadas como las que genera Las correciones, de Jonathan Franzen. Por las críticas que voy leyendo en todo Internet (sí, soy de los que leen críticas antes, durante y después) me voy dando cuenta de que es uno de esos libros que amas u odias. No me meto con el autor; ya sé que algunas de esas reseñas están escritas con un odio visceral hacia Franzen por una u otra razón, uno que otro escándalo gringo, algo relacionado con Ophra Winfrey y un programa de televisión que por suerte nunca he visto y ahora, con toda seguridad, nunca veré. Yo me meto con la obra, con su contenido y su calidad, si es que la hay. Y resulta que hasta el momento hay calidad, y mucha. Estoy aproximadamente en la mitad de la novela y no encuentro ninguna razón para abandonarla. La narrativa es impecable, los personajes extremadamente bien construidos, la trama no lineal (que se desarrolla sobre todo en las cabezas de los personajes) es muy atractiva y en fin, la novela va bien y si sigue a este ritmo va a estar entre mis favoritas. Claro que podría perder fuerza y podría empezar a volverse aburrida y el final podría decepcionar. Pero ese es el riesgo de toda lectura.


"Jonathan Franzen es David Foster Wallace con Rivotril." —Yo, en Twitter

Creo que de Franzen se espera demasiado, por haber sido amigo de David Foster Wallace, por formar parte (aunque a muchos incomode) de la narrativa norteamericana posmoderna, por haberle escuchado compararse con Pynchon, De Lillo y Roth. Franzen es un escritor bueno (muy bueno, diría yo) de quien se epera genialidad, pero ese estándar de genialidad no está muy bien definido y está bastante marcado por el esnobismo y el elitismo literarios, muy de moda. Y es curioso que sus mayores detractores no se den cuenta de cómo caen en el mismo error del que le acusan: la arrogancia. Yo hablo por Las correcciones, que creo (y todos estarán más o menos de acuerdo) que es su Opus Magnum. Por ningún otro libro. Pero es mejor no adelantarse mucho; no quisiera retractarme en el siguiente post, una vez que termine la novela, y terminar uniéndome a ese coro de voces que abuchean a Jonathan Franzen incansablemente. Francamente lo dudo, pero ya se verá.


jueves, 22 de noviembre de 2012

"Tu rostro mañana", de Javier Marías (fragmento).




Las separaciones de esta índole no tienen sentido, por normales que se hayan hecho en el mundo desde hace ya mucho tiempo. Uno se pasa años girando en torno a una persona, contando con ella en todo instante, viéndola a diario como si fuera una prolongación natural de sí mismo, llevándola incorporada en sus andares y en sus ocupaciones, en sus divagaciones y hasta en sus sueños. Pensando en contarle la menor nimiedad que haya presenciado o que le haya ocurrido (...) Uno es con esa persona (...) Tiene un conocimiento de sus pensamientos y preocupaciones y actividades permanentemente renovado, detallado y constante; sabe cuáles son sus horarios y sus costumbres, a quiénes ve y con qué frecuencia; y cuando al caer la tarde uno se encuentra con ella los dos nos contamos lo que nos ha pasado y lo que hemos hecho durante la jornada, en la que ninguno abandonó del todo la conciencia del otro en ningún momento, y a veces esos relatos son pormenorizados; después se acuesta uno con ella y es lo último que ve en el día, y —lo que es más extraordinario— se levanta también con ella, que sigue ahí por la mañana, al cabo de las horas privadas, como si fuera uno mismo, que jamás se marcha ni desaparece y a quien nunca perdemos de vista; y así un día tras otro a lo largo de muchos años.
 
Y de pronto —aunque no es "de pronto", pero así parece una vez consumado el proceso y asentado el alejamiento: de hecho es "muy poco a poco" y además vimos su inicio, pero sin querer enterarnos—, uno pasa a no tener noción de lo que esa persona piensa, siente y hace cotidianamente; transcurren días y semanas enteras sin que haya apenas noticia, y ha de recurrir a terceros —quienes solían saber mucho menos: en comparación con uno, nada— para averiguar lo más básico: qué vida lleva, a quién ve, qué la angustia, con quién sale, si tiene un dolor o se ha puesto enferma, si su ánimo es ligero o nublado, si le han dado un disgusto o le han hecho daño, si el trabajo la agota o la agobia o le trae satisfacciones, si teme el envejecimiento, cómo ve el futuro y cómo contempla el pasado, de qué modo me mira a mí ahora; y a quién quiere.

No tiene ningún sentido que se pase del todo a la casi nada, cuando nunca dejamos de recordar y en lo fundamental somos los mismos. Todo es ridículo y subjetivo hasta extremos insoportables, porque todo encierra su contrario: las mismas personas en el mismo sitio se aman y no se aguantan, lo que era afianzada costumbre se vuelve paulatinamente o de pronto —tanto da, eso es lo de menos— inaceptable e improcedente, quien inauguró una casa encuentra prohibida la entrada en ella, el tacto, el roce tan descontado que casi no era conciencia se convierte en osadía u ofensa y es como si hubiera que pedir permiso para tocarse uno mismo, lo que gustaba y hacía gracia se detesta y estomaga y se maldice y revienta, las palabras ayer ansiadas envenenarían el aire y provocarían náuseas, no quieren oírse bajo ningún concepto, y las dichas un millar de veces se intenta que ya no cuenten.
 
Borrar, suprimir, desdecirse, cancelar, y haber callado ya antes, esa es la aspiración del mundo y así nada es o nada es nada, las mismas cosas y los mismos hechos y los mismos seres son ellos y también su reverso, hoy y ayer, mañana, luego, y antiguamente. Y en medio no hay más que tiempo que se afana por deslumbrarnos, lo único que se propone y busca y así no somos de fiar las personas que por él aún transitamos, tontas e insustanciales e inacabadas todas, sin saber de qué seremos capaces ni lo que al final nos aguarda, tonto yo, yo insustancial, yo inacabado, tampoco de mí debe nadie fiarse.
 
 

domingo, 28 de octubre de 2012

Dos novelas.



Esta reseña se va a terminar cuando mencione el nombre del autor de los libros sobre los que trata. Podría hacerlo ahora mismo y así ahorrarles una retahíla de impresiones sensibleras y subjetivas, pero no lo haré. Sigan leyendo, a menos que su curiosidad u holgazanería (o las dos cosas juntas) no se los permitan; entonces salten al final. 

Leí dos novelas en esta semana. Lo hice como si coqueteara con ellas, como si fueran amantes o amoríos de una noche (en uno de los casos fue en efecto un amor de una noche, o de una madrugada, para ser más exactos). Las leí para darme un respiro, para probar por un momento muy breve un sabor diferente al que estaba acostumbrado en el último par de meses. Todos lo hacemos de vez en cuando y viene bien, para refrescarse. El problema está cuando te gusta y quieres quedarte. Pero eso no pasa con estas novelas. Desde que empiezas sabes que no perdurarán. Abres sus páginas y las consumes con tal avidez, con tal desesperación, que casi no puedes respirar. Se disfrutan enormemente, claro, como cualquier one-night-stand, pero desde el principio se tiene la certeza absoluta de que no van a ser más que eso, no pueden serlo. A lo mejor es justamente eso lo que las hace tan buenas. 

La brevedad las caracteriza. La brevedad, que no es sinónimo de simpleza. Por el contrario: asombra cuántas cosas es capaz de meter el autor en tan pocas páginas, en tan pocas palabras. Y es curioso, pero quedan tan perfectas, tan bien cerradas, que uno tiene la impresión de que si el autor añadía una página más, se habrían arruinado.

Ambas novelas son un pretexto para cuestionar la utilidad de la literatura. ¿Para qué escribir libros? ¿Para qué contar historias? ¿Cuál es la utilidad de la ficción?. Cuando uno está enfermo de literatura, estas preguntas le parecen necias. Pero tras leer estas historias de gente que escribe y que deja de escribir y luego vuelve a escribir y parece difuminarse entre su vida real y la ficción, las mismas preguntas se vuelven duras, muy duras de afrontar. 

En ambas hay protagonistas que escriben, y lo que escriben nunca trasciende. Escriben para sí mismos, o a lo sumo para una persona particular. Ambas están oscuramente conectadas por varios detalles, pero sobre todo por un detalle. Hasta los nombres de los protagonistas se parecen (y debieron haberse llamado igual, de no ser porque el oficial del registro civil escuchó mal el nombre de uno de ellos). En ambas hay mujeres que se van (pero las mujeres siempre se van, supongo que esa no es una coincidencia).

El autor es chileno, heredero de la tradición de Bolaño. Un escritor latinoamericano contemporáneo que me ha sorprendido con sus dos breves novelas. Me ha fulminado. Las novelas son Bonsái y La vida privada de los árboles. El autor: Alejandro Zambra. 


viernes, 12 de octubre de 2012

Justificación injustificada.


Las justificaciones son siempre innecesarias. Nadie las necesita; las cosas se dan y no hay necesidad de andar explicando por qué. Los porqués son siempre rebuscados. Este blog atravesó un período de escasez de contenidos debido a las tribulaciones existenciales que atacaron a su autor. Mejor no entrar en detalles al respecto. Durante unos minutos, antes de empezar a escribir esto, el autor consideró la posibilidad de cerrar el blog, sin despedidas ni avisos de ningún tipo. "Nadie lo extrañaría", eso pensó. Pensó otra vez. Decidió que en realidad no era culpa del blog; este no había perdido su razón de ser. Aún serviría. Aún sería una bitácora para registrar ocasionales impresiones (más o menos inadecuadas o fuera de lugar) respecto a lo que leía, veía o escuchaba, lo cual siempre cumplió una función liberadora. Quizás al universo le de lo mismo si este blog existe o deja de hacerlo, pero al autor le importa, aunque últimamente ande pensando que no. El blog cumple un año en este mes y ese tipo de rituales humanos obsesionados con la temporalidad sí terminan cargando de significado a las cosas. Por eso se quedará. Por eso sobrevivirá. Es más: para garantizar su supervivencia ante potenciales crisis futuras, desde este momento la existencia del blog es independiente de la de su autor. Ya no serán uno los dos. No creo que haga falta resaltar lo que eso implica: el autor deja de ser absolutamente responsable por los contenidos. "Cadáver Exquisito" está vivo, ergo, tiene voluntad propia. Reading discretion is advised.