A veces leemos libros que, ni bien terminados, nos compelen a escribir. Suele tratarse de un tipo de inspiración que viene de la mano de la lectura; algún tema tratado por el autor toca un nervio creativo y genera una idea que debe ser inmediatamente transportada al papel (la computadora, vaya, seamos modernos). Desde luego, también suele pasar con otras formas de arte, pero aquel impulso creador que va desde la literatura hacia la literatura, al estar bajo la misma línea de expresión, es percibido como más directo; más puro, si se quiere.
Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau es un ejemplo de esos libros, pero un ejemplo extremo. En este pequeño librejo (apenas excede las 160 páginas en la versión castellana, aun con la introducción de Antonio Fenrández Ferrer, que ocupa el 40% del libro), el co-fundador de la Oulipo (siglas de "Ouvroir de littérature potentielle" o "Taller de literatura potencial") lleva la experimentación de las formas hasta el límite. Empezando con un simple y hasta trivial texto base, Queneau nos muestra el ilimitado potencial de la literatura cuando esta es liberada de sus "coerciones", contándonos la misma historia no diez ni veinte, sino noventa y nueve veces (¡sí, 99!), variando el estilo en cada una de ellas. Las diversas fórmulas que emplea van desde las más antiguas figuras de la retórica y la estilística (lítote, metáfora, poliptoton, sínquisis), pasando por múltiples registros comunicativos, hasta parodias del lenguaje contemporáneo.
Este es el texto en la forma "Relato", considerada la forma cero:
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.
Dos hora más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.
Leído una sola vez en esta forma básica, el texto evoca una imagen clara, pero efímera. Esta última cualidad cambia irremediablemente una vez que se lo ha leído 98 veces más (de corrido) en las variantes estilísticas más ingeniosas, ocurridas e incluso disparatadas. Concluida esta tarea, una vez que se ha leído la última línea de la última versión, en contra de todo pronóstico, el lector se queda con ganas de más. Las noventa y nueve, que en un principio parecieron excesivas e imposibles, ahora aparecen como solo una fracción de la infinidad de posibilidades. Y el lector-cómplice (dirigirse a Cortázar para la respectiva aclaración de categorías) no puede hacer más que sentirse apelado y contribuir a la continuación de este juego.
Caligrama de Jacques Crelman para al edición ilustrada de Excercices de style. |
Me propongo entonces aceptar el desafío planteado por Queneau y explorar otras posibilidades, algunas de las cuales él mismo propone en un anexo del libro. A continuación, mis propios, nuevos ejercicios de estilo:
Prohibición
A todos los habitantes y visitantes de París: Debido al aumento de las quejas ciudadanas respecto a la incomodidad y a los peligros derivados del exceso de pasajeros en los autobuses de la línea S, queda terminantemente prohibido ocupar la plataforma trasera de los mismos en horas pico (una hora antes y una hora después del medio día). Si usted fuera testigo de uno de esos percances (digamos, si un tipo de cuello alargado y sombrero ridículo arremetiera contra otro viajero acusándolo de pisotearle cada vez que la gente sube y baja del vehículo), le sugerimos no entrometerse y dejar que los implicados resuelvan su querella por sí solos.
Se comunica también que a partir de las dos de la tarde (14h00) los autobuses de la misma línea (S) no podrán pasar por la calle de la estación Saint-Lazare, debido a que desde esta semana la plaza Roma sirve como recinto de la Bienal de Sastrería y Modas de París. Si por casualidad usted observara desde el autobús a un sastre darle consejos sobre el escote de su abrigo al mismo tipo de cuello largo y sombrero ridículo, sepa que ha incumplido con esta prohibición y que la sanción será severa.
Atentamente, la Gobernación.
Oxímoron
Sucedió tarde por la mañana, hacia el mediodía. Un autobús de la línea S iba y venía, tan lleno de vacíos, de gente vacía, como siempre, ¡como nunca! De pronto, un tipejo con el cuello abismalmente largo y un sombrero de fieltro de un exquisito mal gusto, empieza a discutir tranquilamente con un vecino en el extremo opuesto del autobús. Le gritaba discretamente y le injuriaba de la manera más calmada que uno se pueda imaginar. El motivo era la supuestamente evidente tendencia del viajero a pisotearle con el frecuentemente espaciado subeibaja de la gente al medio de transporte. Inesperadamente, en un instante que pareció eterno, el tipo del sombrero corre lentamente a sentarse en un sitio vacío.
Dos infinitamente cortas horas más tarde, vuelvo a ver al tipejo frente a la horrorosamente bella estación de Saint-Lazare. Estaba siendo interpelado tímidamente por un amigo sobre la urgencia postergable de disminuir ampliamente el escote de su abrigo.
Carta ofensiva
Señor L (o como se llame);
Probablemente usted no recuerde quién soy, pero permítame asegurarle que, para mi desgracia, yo lo recuerdo y lo recordaré perfectamente por el resto de mis días. El día de ayer, cerca del mediodía, usted y yo nos encontrábamos en la plataforma trasera de un autobús de la línea S. Como usted recordará (si es que su memoria es tan buena como su odiosa tendencia a fastidiar a la gente), el autobús estaba asquerosamente lleno. La gente seguía subiendo y nadie bajaba, y ese conductor incompetente permitía todo esto sin preocuparse por nuestra comodidad y seguridad. El calor era horrible; esto, sumado al continuo movimiento del bus a causa del ignorante y desadaptado conductor, hacían de mi viaje la experiencia más desagradable del día. ¿Usted qué tiene que ver? Mire, atrevido, ¡yo lo ví! ¡No crea que no me di cuenta! Como si no fuera suficientemente molesta toda la escena que le he descrito, usted empieza a pisotearme y empujarme a propósito, aprovechándose del traqueteo del vehículo y de la multitud. ¡Casi pierdo mi fino sombrero de fieltro con cordón trenzado! Pero seguramente un vulgar como usted ignora el valor de un sombrero como ese. Si hubiera sido yo una persona menos decente (alguien más parecido a usted, tal vez) tenga por seguro que le habría propinado un buen par de golpes en ese mismo momento. Pero no podía rebajarme a su nivel. Fue así que, a la primera oportunidad, me apresuré a sentarme en un asiento vacío, poniendo mi distancia entre su mala educación y mi persona. El objetivo de esta carta no es otro que el de comunicarle mi indignación por su deplorable comportamiento el día de ayer. Sepa que individuos como usted tarde o temprano pagan por su insolencia y falta de modales.
P.D.: Sé que no es de su incumbencia, pero quisiera también que sepa que dos horas más tarde del desagradable accidente con usted, encontrándome frente a la estación de Saint-Lazare, un energúmeno desconocido, probablemente un borracho vagabundo, se me acerca y me dice que le parece que a mi abrigo le falta un botón o que mi cuello es demasiado largo, porque el escote es muy pronunciado. ¡Puede creérlo! ¡Justo cuando creía que mi día no podía empeorar!
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Siete pecados capitales
Fue sobre todo la pereza, estoy seguro, la que me obligó a tomar el autobús de la línea S a esa hora. En seguida me arrepentí, la avaricia del conductor hacía que este permitiera subir a demasiada gente, sin considerar la creciente incomodidad a la que sometía a los pasajeros. Hombres y mujeres por igual, todos apretujados en la estrecha plataforma trasera de ese vehículo. El malestar era tal que cualquier pensamiento lujurioso estaba descartado. De pronto, un jovenzuelo soberbio se desata en un ataque de ira contra uno de sus vecinos, acusándolo frenéticamente de haberle pisado adrede. Sin embargo, un instante más tarde, se retira y va a sentarse a un sitio desocupado.
Son curiosas las coincidencias de la vida. Esa misma tarde, aproximadamente dos horas después de haber presenciado este incidente, volvía a ver al mismo joven soberbio e irascible en medio de una airada discusión con un sujeto, frente a la estación de Saint-Lazare. No estoy seguro de cuál era el motivo esta vez, pero me pareció que el sujeto en cuestión, evidentemente lleno de envidia, le sugería al joven soberbio que añadiera un botón en la parte superior de su abrigo, porque su tendencia a la gula y su largo cuello hacían que el escote se pronunciara en exceso.
V + 7*
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), obturé a un personaje con el cuello bastante largo que lobreguecía un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo intervino, de golpe y porrazo, a su vecino, prevaricando que le pizcaba adrede cada vez que subseguían o balbuceaban viajeros. Pero abarquilló rápidamente la discusión para lastarse sobre un sitio que había quedado libre.
Dos horas más tarde, vulneraba a verificarlo delante de la estación de Saint-Lazare, cooptando con un amigo que le acoraba dispensar el escote del abrigo harbullándose subseguir el botón superior por algún sastre competente.**
Podría seguir y seguir, pero creo que la lección es clara: las posibilidades del lenguaje y de la creatividad son ilimitadas. Quien se sienta con ganas de ensayar un estilo particular, de probar su inventiva o simplemente de escribir, tiene todas estas propuestas aún no explotadas de Queneau a su disposición:
Dedicatoria, ideas macabras, ficha de lectura, carta de rechazo del editor, costura (nombres de vestidos), charada, adivinanzas, declaración de amor, sordomudo, ciego, borracho, paranoico, confusión mental, delirium tremens, reglas de un juego, ley, enigma, crítico literario, esquela, elegante, caos, símbolos, fábula, elocuencia política, requisitoria, atributos, anáforas, epíforas, moraleja, fenomenológico, detective, crucigrama, aliteraciones, lugares comunes, proverbios, biológico, económico, sociológico, químico, geológico, infantil, abstracto... Y un largo etcétera.
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* El ejercicio "V + 7" se realiza con la ayuda de un diccionario. Se reemplaza en el texto cada verbo (V) por el séptimo (+7) que se encuentra en el diccionario elegido, contando a partir del verbo original. Los dos términos de la fórmula pueden variar, de manera que V puede ser sustituido por S (sustantivo), A (adjetivo), Ad (adverbio), etc., y en lugar de 7 podemos optar por otra cifra cualquiera. V + 7 solo es una posibilidad entre muchas de la formula general P + n o P - n.
** Para este ejercicio en particular utilicé el Diccionario Enciclopédico Océano Uno Color, edición 2003.
** Para este ejercicio en particular utilicé el Diccionario Enciclopédico Océano Uno Color, edición 2003.
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