sábado, 31 de diciembre de 2011

Canción para el año nuevo (o el fin del mundo, que es lo mismo).


Ni siquiera tuve que buscar. Estaba escuchando desde ayer a esta magnífica artista y de pronto sale esta canción, apropiadísima para un día como hoy. Para los que no lo sabían (y los que sí, recuérdenlo, in memoriam), Lhasa de Sela fue una cantante mexicano-estadounidense, hija del escritor y profesor mexicano Alex Sela y de la fotógrafa norteamericana Alexandra Karames. El obituario de hace casi dos años del diario El País nos pinta una imagen hermosa sobre la infancia de la cantante: 

"Lhasa de Sela pasó su infancia recorriendo carreteras de México y Estados Unidos en un viejo autobús escolar convertido en el hogar de dos adultos, cuatro niñas, tres gatos, un loro, dos tortugas y un perro. Sin televisión. Ni electricidad ni agua corriente ni teléfono. Las pequeñas leían todo el tiempo y por la noche organizaban espectáculos." 

Me quedo con esa imagen porque me parece la infancia perfecta, la vida perfecta. Pero nada dura para siempre. Con tres discos en el mercado, Lhasa murió a los 37 años, el 1 de enero de 2010, debido a un cáncer de mama; el 1 de enero (año nuevo y fin del mundo para Lhasa), lo que cubre a esta canción de un significado especial. 


"Para el fin del mundo o el año nuevo" - Lhasa de Sela

Llegarás mañana
Para el fin del mundo
O el año nuevo.
Mañana te mato,
Mañana te libro.
Estoy adelante; ya no
Ya no tengo miedo.
Mañana te digo que el amor,
Que el amor se ha ido.


Y después...
Y después siete años
De exilio;
Por haberte tanto,
Tanto mendito.


Llegarás mañana
Para el fin del mundo
O el año nuevo.
Mi esqueleto baila,
Se atavía de nuevo
De su traje de carne,
Su peinado de fuego;
Salgo a encontrarte a medio,
A medio camino.


Y después...
Y después siete años
De exilio;
Por haberte tanto,
Tanto mentido.


Llegarás mañana
Para el fin del mundo
O el año nuevo.
El puerto se llena
De barcos de guerra
Y una lluvia fina
De cenizas cae.
Salgo a encontrarte en mi traje,
Mi traje de tierra.


Y después...
Y después siete años
De exilio;
Por haberte tanto,
Tanto mentido.

sábado, 24 de diciembre de 2011

"Enter The Void", de Gaspar Noé.


Voy a procurar no incurrir en spoilers al hablar de esta alucinante película. Primero, algunas recomendaciones por si se animan a verla: háganlo solos, procuren verla sin interrupciones, apaguen las luces y prepárense para una experiencia visual transformadora de consciencia. Ah, y un último e importantísimo consejo: hablen con alguien después, salgan a la calle o hagan lo que necesiten, pero procuren re-conectarse con la realidad; de lo contrario el efecto no se desvanecerá y se quedarán en un vuelo muy particular. 

La última cinta de Gaspar Noé (2009) no se aleja demasiado del estilo narrativo de este director. Tomas insoportablemente largas: eso es lo que Noé hace mejor (y lo de insoportables va por el contenido de las mismas, no aptas para todo público). Recuerdo, por ejemplo, que cuando vi "Solo contra todos" (1998), en un momento de la película se advertía al espectador (con letras grandes y rojas) que a partir de ese momento tenía 30 segundos para retirarse de la sala (o bien apagar el aparato en donde estuviera viendo la película). Es desesperante; el conteo regresivo empieza mientras el diálogo en off del protagonista continúa a manera de soliloquio enloquecedor. La escena que viene a continuación es de esas que nos hacen preguntarnos si escogimos bien la película. Lo mismo sucede en "Irreversible" (2002), pero en ese caso ya no hay advertencias: todo nos es soltado por Noé como si fuera lo más normal del mundo, sin preocuparse por esconder algo, por cortar algún detalle para evitarnos la cara de repugnancia que seguramente pondremos. 

En "Enter The Void" el contenido de las tomas no es insoportable, pero sí nos obligará de vez en cuando a bajar el volumen del reproductor en donde estemos viéndola (y por eso recomiendo verla en solitario). Lo que la hace grande es algo con lo que Noé ya empezó a jugar en "Irreversible", pero que aquí se hace descomunal: los efectos visuales y el manejo de la cámara. Basta con ver los primeros diez minutos de la cinta para darse cuenta de que ya somos el personaje principal (Oscar) y que durante las siguientes (casi) tres horas vamos a ver el mundo a través de sus ojos. En cierto sentido, es como ponerse unas gafas que nos permiten ser otra persona mientras dura la película; es entrar en el cerebro de Oscar y ser él, adquirir su percepción y su consciencia. Una de las partes más impresionantes es la secuencia inicial, el vuelo de Oscar cuando fuma DMT. Si tras ver esa escena sigues viendo la película, ya te atrapó; es la escena decisiva: o te quedaste viéndola o la abandonaste en ese momento. Y también es muy característico de Noé presentar este tipo de escenas (decisivas, como las he llamado) al principio de sus películas. 

¿De qué va? Bueno, procurando no arruinar nada al soltar detalles esenciales, y tomando solo lo que se menciona en cualquier sinopsis de Internet (y teniendo en cuenta que conocer la trama básica no arruina en absoluto la experiencia cinematográfica de una película como esta), la cinta trata de un par de hermanos (Oscar y Linda) quienes están viviendo en Tokyo, sobreviviendo como pueden. Oscar trafica drogas y Linda es una stripper de clubes nocturnos. En medio de una redada policial, Oscar muere por un disparo y entonces comienza el espectáculo. Su espíritu (alma, consciencia, reacción química o lo que quieran, dependiendo de sus creencias escatológicas), sin embargo, se queda rondando por Tokyo, siguiendo a su hermana (a quien ha prometido no abandonar nunca), a sus amigos y reviviendo a través de flashbacks ciertos momentos de su infancia. Toda esta idea de la vida después de la muerte usada en la película está basada en los contenidos del "Libro Tibetano de los Muertos", el cual es mencionado varias veces en la película antes de la muerte de Oscar. La referencia al DMT (al que se le da más importancia que al resto de drogas con las que Oscar trafica) trataría de incluir en esta perspectiva la idea new age de que la molécula N, N-dimetiltriptamina es secretada por la glándula pineal y es la responsable de lo que vemos al soñar y lo que vemos al morir, siendo un puente entre esta y otras realidades alternas. 

Las opiniones al respecto son irrelevantes; la única certeza que existe es que esta es una buena película y que merece ser vista, aunque solo sea para escaparnos un rato de nosotros mismos. Dejo la secuencia del vuelo con DMT para que puedan decidir si se animan o no. 


P.D.: Recomiendo verla en la fuente original y en pantalla completa.
Este es el link: http://www.youtube.com/watch?v=1Mb3mssgPhw

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Una conversación con Vila-Matas.

"La literatura me ha permitido siempre comprender la vida,
pero precisamente por eso, me deja fuera de ella." -E.V-M.

Cuando leí "La asesina ilustrada", la impresión que me quedó de Enrique Vila-Matas no fue muy buena. No tuve la sensación de que se tratase de una novela "bomba de tiempo", un libro que podía saltarme al cuello en cualquier momento, como la definiera Bolaño en algún lugar. Simplemente no me atrapó, y aunque quise atribuirlo al hecho de haberla leído de un tirón en menos de dos horas (por lo demás, es un libro cortísimo), no me convenció. No permití, sin embargo, que eso formara en mí una idea equivocada de Enrique Vila-Matas. Casi en seguida, como para asegurarme de que mi intuición no se equivocaba, empecé a leer "Bartleby y Compañía", un libro (a mitad de camino entre el ensayo literario y la novela) que trata de hacer un listado de todos los escritores o artistas que, al igual que el personaje de Melville, un buen día decidieron que "preferían no hacerlo" más. Esta vez la sorpresa fue tamaña: Vila-Matas fue reivindicado de inmediato en mi inventario mental de escritores y, por si fuera poco, pasó a ocupar un sitio entre mis favoritos. 

Claro que un par de libros no son suficientes para eso, pero después de un tiempo (en el que, sin éxito, o con éxito relativo, busqué y busqué libros del escritor barcelonés disponibles en Internet), un amigo me recomendó "Dietario voluble". Este sí estaba en la red. Es el libro que estoy leyendo en este momento y que me está convenciendo a cada página de que Enrique Vila-Matas es un escritor de calibre. Su humor, su sarcasmo, y su inagotable bagaje cultural son los típicos de esa peculiar clase de escritores que definió Rodrigo Fresán: los lectores que escriben. El estilo de Vila-Matas es difícil de definir, pues sus novelas parecen ensayos y sus ensayos, novelas. Hay en él una mezcla de géneros que lo hace inclasificable pero inconfundible. En "Dietario voluble", como me dijo el amigo que me lo recomendó, uno tiene la sensación de estar frente a él hablando de los temas más peregrinos (y también de los más trascendentales, aunque con un humor que los transforma en peregrinos), aprendiendo de literatura y riéndose a carcajadas con algunas de sus reflexiones. No bien haber empezado este libro, uno se encariña con Vila-Matas y lo considera ya un amigo entrañable y, de paso, erudito (¡qué más se puede pedir!). "Historia abreviada de la literatura portátil", "Suicidios ejemplares", "El mal de Montano", "El viaje vertical" y "Doctor Pasavento" están entre sus obras más reconocidas. 

En fin, no voy a hablar más de Vila-Matas hasta no leer más libros suyos (que me voy a ver forzado a comprar o robar). Quiero compartir una entrevista que he encontrado. Más que una entrevista es una conversación entre Juan Villoro y E.V-M., contenida en el DVD que viene en el libro de ensayos de editorial Candaya sobre el escritor: "Vila-Matas portátil. Un escritor ante la crítica." La conversación, como cualquier libro de E.V-M., es de lo más entretenida. Claro, antes debo advertir que dura un poco más de media hora, y por lo tanto requiere cierto esfuerzo, tiempo e interés. Pero el placer de ver a estos dos amigos y colegas tomando café y hablando de literatura es invaluable. Recomiendo este vídeo y espero que sirva de introducción y de anzuelo para que empiecen a leer a Enrique Vila-Matas, uno de los más lúcidos y divertidos escritores contemporáneos en lengua española. 




jueves, 8 de diciembre de 2011

31 años sin el héroe de la clase obrera.


Me he pasado la mañana escuchando todos los discos que tengo de Lennon. Cada 8 de diciembre hago lo mismo; mi pequeño tributo al inigualable genio en el aniversario de su muerte. Fue muy difícil escoger una canción para compartir, pero al final terminé haciendo un concurso entre las cinco finalistas; la ganadora sería la que lograra ponerme la piel de gallina más rápido. "Working class hero" lo consiguió con el primer golpe de las cuerdas, así que aquí va:




As soon as you're born they make you feel small
By giving you no time instead of it all
Till the pain is so big you feel nothing at all
A working class hero is something to be
A working class hero is something to be 

They hurt you at home and they hit you at school
They hate you if you're clever and they despise a fool
Till you're so fucking crazy you can't follow their rules
A working class hero is something to be
A working class hero is something to be 

When they've tortured and scared you for twenty hard years
Then they expect you to pick a career
When you can't really function you're so full of fear
A working class hero is something to be
A working class hero is something to be 

Keep you doped with religion and sex and TV
And you think you're so clever and classless and free
But you're still fucking peasants as far as I can see
A working class hero is something to be
A working class hero is something to be 

There's room at the top, they are telling you still
But first you must learn how to smile as you kill
If you want to be like the folks on the hill
A working class hero is something to be
A working class hero is something to be 

If you want to be a hero well just follow me
If you want to be a hero well just follow me



"I don't believe in Beatles."

miércoles, 30 de noviembre de 2011

"¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?", de Raymond Carver.


Dos imágenes que recogen, a mi parecer, la esencia del libro de Carver. La de la izquierda es el famoso "Excursion into philosophy", de Edward Hopper. La de la derecha es de la representación teatral de algunos de los cuentos, adaptada y dirigida por Lisandro Penelas. 

Por fin he terminado el libro de cuentos de Raymond Carver. Me decidí un día: no fui a clases, busqué una cafetería, y tras tres americanos (habrían tenido que ser seis o más espressos, pero mi estómago ya no está para eso) concluí la lectura de las 22 historias que componen la primera colección de cuentos de Carver, escrita y reescrita a lo largo de quince años. Las etiquetas "realismo sucio" y "minimalismo" no alcanzan para definirla. Bienvenidos a los Estados Unidos de la gente común y su cotidianidad: los obreros, las camareras, los divorciados, los campesinos, los profesores, los fracasados. Aquí no hay héroes ni historias asombrosas; hay hombres y mujeres corrientes en medio de situaciones terriblemente comunes. Y a pesar de eso (o quizás precisamente por ello), estas pequeñas historias que son como instantáneas, como short cuts ("Short Cuts" es el título de una película basada en los cuentos de Carver), provocan en el lector una impresión fortísima. 

En mi caso, leer uno de estos cuentos era suficiente por un día, porque la conmoción que me causaban era difícil de borrar (a veces, incluso por semanas). Frustración, desesperanza, angustia, vacío, soledad (soledad aún cuando estamos con otros). Esas son algunas de las sensaciones que evocan estos relatos al finalizarlos, a lo mejor justamente por su carácter indeterminado: son cuentos sin final.

Hay elementos constantes en todos los cuentos, lo que crea la sensación de estar dentro de un mundo con sus propias reglas; el Estados Unidos de Carver es muy particular y las cosas suceden siempre de determinado modo. Los cigarrillos, el insomnio, las mujeres; elementos que se conjugan para acentuar cierta manera americana de concebir la existencia y que contextualizan todas las situaciones por las que los personajes atraviesan, dándoles ese halo carveriano de rutina, hastío y desaliento. No importa cuán nimio o irrelevante sea el "drama" que los protagonistas viven; al final siempre nos deja paralizados por la revelación que hace de nuestra condición: seres ridículos condenados a la soledad. 

Si tuviera que escoger (hacer un top-five, digamos), me quedo con estos cuentos [¡Alerta de spoiler!]:

  • ¿Es usted médico?
Una curiosa aventura entre dos desconocidos iniciada por un error al marcar un número telefónico.
  • ¿Qué hay en Alaska?
El par de matrimonios que se reúnen a fumar hachís y en medio de su "vuelo"  empiezan a revelarse sus conflictos, diferencias y deseos.
  • Póngase usted en mi lugar.
Un escritor y su esposa en medio de una situación en la que la tensión va creciendo de a poco. El final de este es espeluznante (no pude dormir después de leerlo).
  • Los patos.
El mejor ejemplo de la perfecta amalgama carveriana sencillez/profundidad.
  • ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?
El cuento que da título al libro es sin duda el mejor.  El hundimiento de un hombre al enterarse de que su esposa le ha sido infiel hace algunos años; se va de su casa, se emborracha, pierde su dinero en apuestas y es asaltado, todo esto en una larga noche tras la cual regresa a su casa para encontrarse con su mujer, que sigue hablando sin callarse, como si no hubiera pasado nada, mientras él se da cuenta de que no sabe qué hacer y de que nunca lo ha sabido.

Carver es un cuentista de primera, no hay duda. Para quienes disfrutan del realismo y están dispuestos a enfrentarse con la crudeza de la vida (la vida sencilla y cotidiana) en una serie de relatos fragmentarios, Raymond Carver es su siguiente parada literaria. Me quedan pendientes sus otros libros de relatos, sobre todo "Tres rosas amarillas", que pienso leer pronto. 


"Carolina morning", de E. Hopper otra vez. Es la imagen usada en la portada de
la edición de Anagrama de "¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?".
Hopper y Carver van muy bien juntos: la representación de la otra cara del sueño
americano en ambos es genial por su sencillez y crudeza
(pero esta comparación merece una discusión aparte). 

sábado, 26 de noviembre de 2011

El germen desacreditado de "La literatura nazi en América".



Un buen amigo me ha pasado el link de un libro imposible de conseguir: "La sinagoga de los iconoclastas", de Juan Rodolfo Wilcock. Resulta ser un libro que no se consigue en las bibliotecas ni en las librerías de Ecuador y la única versión que mi amigo encontró en una pequeña librería independiente en Quito es de Editorial Anagrama (lo que equivale a decir que está fuera del alcance del bolsillo estudiantil promedio). Se trata de un libro que "evoca los retratos imaginarios de Marcel Schwob y los libros inventados de Borges", según la sinopsis de la edición de Anagrama (sigo con mi teoría de la conspiración: ¿será Jorge Herralde quien las escribe?). Son 36 vidas imaginadas de inventores, teóricos, sabios y demás. Gente impresionante que debió pasar a la historia pero que fue olvidada por la misma y rescatada por un estrambótico enciclopedista, tan estrambótico como los  personajes que reseña. 

Eso, por sí solo, lo hace un libro interesantísimo, pero hay más: Wilcock era de los autores favoritos de Bolaño y con una idea básica de la estructura y del estilo de "La sinagoga..." nos empezamos a dar cuenta de que, al parecer, estamos frente al germen inspirador de la primera novela publicada de Bolaño, "La literatura nazi en América". En esta empresa de leer a los favoritos y recomendados por Bolaño, me he acordado de una cita de Mallarmé que leí en algún blog y que decía algo así como que un solo buen libro debería bastarnos, puesto que a partir de él sus lectores se encargarían de componer todos los otros; o como yo la interpreté: basta con leer a un solo buen autor y descubrir lo que él leía, sus autores favoritos, para después empezar con lo que ellos leían y así, hasta haberlo leído todo (todo lo que vale la pena, claro).

En el blog Golosina Caníbal, el autor (un tal Matías) va subiendo, a medida que lee el libro de Wilcock, la reseña de cada personaje (o forma-de-vida, dependiendo de qué lado estén). Matías no merece menos que nuestras alabanzas y eternos agradecimientos. Seguro se va al cielo de los lectores (o al infierno de los editores, que es lo mismo). Me olvidaba, aquí el link: http://bit.ly/RD4Ii0

Andaba buscando lecturas para este fin de semana y esto me cayó del cielo (o del infierno, que como ya hemos visto, da lo mismo). A disfrutar.


jueves, 17 de noviembre de 2011

Del bluff cultural (y sus alrededores)*.

De izquierda a derecha y de arriba abajo: 
Harold Bloom, J.M. Coetzee, Aldous Huxley y  Natalia Ginzburg. 



A los expertos en la obra de Archimboldi (en la primera parte de la novela cumbre de Roberto Bolaño, 2666) se les cuestiona en un momento de la trama: "[…] ¿hasta qué punto alguien puede conocer la obra de otro?"**. Pelletier, Morini, Espinoza y Norton son críticos literarios que han estudiado la obra de Benno von Archimboldi a fondo; conocen cada una de sus novelas, las han leído y releído incontables veces, han escrito al respecto y asisten a congresos internacionales de literatura en donde dan conferencias sobre la obra archimboldiana. Pero, ¿podrían proclamar, sin miedo a equivocarse, que conocen la obra del alemán? Ellos no son bluffers culturales. Ellos saben de lo que están hablando y tienen todo el derecho de hacerlo. Se han sumergido en la obra de su ídolo como pocos. Pero, ¿la conocen de verdad? La pregunta queda sin respuesta. El siguiente fragmento de la novela de Bolaño explica impecablemente los problemas de esta imposibilidad:

–A mí, por ejemplo, me apasiona la obra de Grosz –dijo indicando los dibujos de Grosz colgados de la pared–, ¿pero conozco realmente su obra? Sus historias me hacen reír, por momentos creo que Grosz las dibujó para que yo me riera, en ocasiones la risa se transforma en carcajadas, y las carcajadas en un ataque de hilaridad, pero una vez conocí a un crítico de arte a quien le gustaba Grosz, por supuesto, y que sin embargo se deprimía muchísimo cuando asistía a una retrospectiva de su obra o por motivos profesionales tenía que estudiar alguna tela o algún dibujo. Y esas depresiones o esos períodos de tristeza solían durarle semanas. Este crítico de arte era amigo mío, aunque nunca habíamos tocado el tema Grosz. Una vez, sin embargo, le dije lo que me pasaba. Al principio no se lo podía creer. Luego se puso a mover la cabeza de un lado a otro. Luego me miró de arriba abajo como si no me conociera. Yo pensé que se había vuelto loco. Él rompió su amistad conmigo para siempre. Hace poco me contaron que aún dice que yo no sé nada sobre Grosz y que mi gusto estético es similar al de una vaca. Bien, por mí puede decir lo que quiera. Yo me río con Grosz, él se deprime con Grosz, ¿pero quién conoce a Grosz realmente?***

La señora Bubis, autora del comentario anterior, tampoco es una bluffer cultural, o quizás lo es, pero admite su condición; se dá cuenta de que sus impresiones con respecto a la obra de determinado autor no son suficientes para declarar que la conoce. Hay una limitación fundamental en nuestro intento por interpretar el arte, y debemos admitirla. Hay un abismo (¿insalvable?) entre nosotros (como público) y el autor/artista. Pero seguimos alimentándonos de sus obras, y aunque objetivamente nunca lleguemos a conocerlas, en el estricto sentido del término, las disfrutamos igual. El problema está en pretender conocer dichas obras al hablar sobre ellas.

Usamos los nombres de autores de los que apenas sabemos eso, sus nombres, y a veces, solo a veces, un libro leído, una película vista una sola vez, un cuadro mirado de pasada, y nos declaramos expertos en su obra. Es verdad, no lo hacemos expresamente, pero sí de manera tácita al atrevernos a hablar o comentar dicha obra. No tenemos derecho. Quizás como críticos de arte (como el amigo de la señora Bubis) tengamos cierta licencia, un título y algunos estudios que nos avalan, que nos conceden ese derecho de manera oficial. En esa posición, uno tendría más derecho a hablar o comentar, pero el abismo sigue siendo abismo y no hay manera de reducir su vastedad.

Dos certezas: a) es tan fácil hablar de aquello que no conocemos. Y b) conocer una o dos obras de un autor equivale a no conocer nada. Pero como ya hemos visto, aun conociéndolas todas a cabalidad, seguimos sin conocer su obra realmente. (Esa podría ser una tercera certeza.) Sin embargo, hacerse pasar por conocedores de las obras de diversos autores es una práctica harto extendida hoy en día. En un intento por abofetear al adversario con nuestras referencias culturales, mencionamos cierto libro (o cuadro, o tema musical, o película, o cualquier forma de arte, realmente) y entonces nos sentimos vencedores. A veces, incluso citar es ya bluffear culturalmente, dependiendo de quién cite.

Tratar de escapar de esta condición de bluffers no es fácil. De hecho, es parte esencial del proceso de formación de un estudiante universitario (sobre todo en carreras sociales o vinculadas con las artes) o de un artista pecar de bluffing de vez en cuando, hasta alcanzar cierto nivel, cierto estatus. El ideal sería ir adquiriendo más bagaje cultural a medida que progresamos, absteniéndonos en lo posible de hablar u opinar de ciertos autores mientras no tengamos un conocimiento más o menos cabal y formado de su obra. Para algunas personas (los cultosos por naturaleza) esto significaría dejar de hablar en absoluto. Intentarlo es ponerse a prueba, un reto complicadísimo que requiere mucho esfuerzo y sobre todo autocontrol, pero es un ejercicio que nos vuelve más honestos, incluso con nosotros mismos, con respecto a aquello que conocemos.

Suficiente. No nos engañemos, el bluff cultural es inevitable, se da a todo nivel, en todo lugar. Internet está lleno de bluffing. Sin ir más lejos, ¿qué mejor muestra de bluffing cultural que un blog? Cuando detrás de la razón de ser de un blog se ocultan todavía deseos de exhibicionismo (adquiridos y amplificados en las redes sociales), todas sus entradas serán intentos por demostrar al mundo que el autor conoce sobre tal o cual tema. Y cuando los principales temas tratados en un blog hacen referencia al arte… Bueno, se entiende el punto, ¿no? Es probable que el bluff cultural sea un mal propio de la modernidad o de la posmodernidad; un sociólogo me podría ayudar a aclarar esta duda. De todas formas, está aquí, y aunque soy partícipe del mismo, no me canso de criticarlo.


*Quienes conozcan la obra de Julio Cortázar (aunque sea de manera somera) se darán cuenta del bluff que el título de esta entrada representa en sí mismo. 

**Bolaño, Roberto. 2666. Barcelona: Editorial Anagrama, 2004; pp. 37 (los signos de interrogación son míos).

***Ibid.