Por fin he terminado el libro de cuentos de Raymond Carver. Me decidí un día: no fui a clases, busqué una cafetería, y tras tres americanos (habrían tenido que ser seis o más espressos, pero mi estómago ya no está para eso) concluí la lectura de las 22 historias que componen la primera colección de cuentos de Carver, escrita y reescrita a lo largo de quince años. Las etiquetas "realismo sucio" y "minimalismo" no alcanzan para definirla. Bienvenidos a los Estados Unidos de la gente común y su cotidianidad: los obreros, las camareras, los divorciados, los campesinos, los profesores, los fracasados. Aquí no hay héroes ni historias asombrosas; hay hombres y mujeres corrientes en medio de situaciones terriblemente comunes. Y a pesar de eso (o quizás precisamente por ello), estas pequeñas historias que son como instantáneas, como short cuts ("Short Cuts" es el título de una película basada en los cuentos de Carver), provocan en el lector una impresión fortísima.
En mi caso, leer uno de estos cuentos era suficiente por un día, porque la conmoción que me causaban era difícil de borrar (a veces, incluso por semanas). Frustración, desesperanza, angustia, vacío, soledad (soledad aún cuando estamos con otros). Esas son algunas de las sensaciones que evocan estos relatos al finalizarlos, a lo mejor justamente por su carácter indeterminado: son cuentos sin final.
Hay elementos constantes en todos los cuentos, lo que crea la sensación de estar dentro de un mundo con sus propias reglas; el Estados Unidos de Carver es muy particular y las cosas suceden siempre de determinado modo. Los cigarrillos, el insomnio, las mujeres; elementos que se conjugan para acentuar cierta manera americana de concebir la existencia y que contextualizan todas las situaciones por las que los personajes atraviesan, dándoles ese halo carveriano de rutina, hastío y desaliento. No importa cuán nimio o irrelevante sea el "drama" que los protagonistas viven; al final siempre nos deja paralizados por la revelación que hace de nuestra condición: seres ridículos condenados a la soledad.
Si tuviera que escoger (hacer un top-five, digamos), me quedo con estos cuentos [¡Alerta de spoiler!]:
- ¿Es usted médico?
Una curiosa aventura entre dos desconocidos iniciada por un error al marcar un número telefónico.
- ¿Qué hay en Alaska?
El par de matrimonios que se reúnen a fumar hachís y en medio de su "vuelo" empiezan a revelarse sus conflictos, diferencias y deseos.
- Póngase usted en mi lugar.
Un escritor y su esposa en medio de una situación en la que la tensión va creciendo de a poco. El final de este es espeluznante (no pude dormir después de leerlo).
- Los patos.
El mejor ejemplo de la perfecta amalgama carveriana sencillez/profundidad.
- ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?
El cuento que da título al libro es sin duda el mejor. El hundimiento de un hombre al enterarse de que su esposa le ha sido infiel hace algunos años; se va de su casa, se emborracha, pierde su dinero en apuestas y es asaltado, todo esto en una larga noche tras la cual regresa a su casa para encontrarse con su mujer, que sigue hablando sin callarse, como si no hubiera pasado nada, mientras él se da cuenta de que no sabe qué hacer y de que nunca lo ha sabido.
Carver es un cuentista de primera, no hay duda. Para quienes disfrutan del realismo y están dispuestos a enfrentarse con la crudeza de la vida (la vida sencilla y cotidiana) en una serie de relatos fragmentarios, Raymond Carver es su siguiente parada literaria. Me quedan pendientes sus otros libros de relatos, sobre todo "Tres rosas amarillas", que pienso leer pronto.
Me animaste a leerlo, tu descripción me recuerda a la impresión que me causó "Catedral", buenísimo también.
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