martes, 14 de agosto de 2012

Algunas anotaciones paranoicas sobre "La subasta del lote 49", de Thomas Pynchon.



Por fin me animé. Había postergado nuestro encuentro demasiado tiempo. Decidí que temerle solo contribuía a prolongar mi ignorancia. Después de varios intentos fallidos por superar la primera página con una idea concreta de lo que estaba pasando, decidí probar el método alternativo: solo leer, hacerlo por placer, disfrutar y dejarme llevar. Fue así como pasé a la segunda página y entonces la locura se desató. Y la locura duró mientras ese libro estuvo abierto. 

Honestamente, creo que esta reseña no tiene sentido. Para ser brutalmente franco y realista, dudo que cualquier reseña sobre el libro en cuestión tenga sentido. ¿Para qué escribirla entonces? Para quitarme esta fantasía de encima, obviamente. El Dr. Hilarius me sermonearía por esta blasfemia, nicht wahr?: 

¡No lo haga y trátela con amor! [...] ¿Qué otra cosa le queda? Sujétela bien por su minúsculo tentáculo, no permita que los freudianos se la arrebaten con zalamerías ni que los farmacéuticos se la eliminen a fuerza de pócimas. Sea cual fuere, cuídela con cariño, porque si la perdiese, por ese pequeño detalle sería usted como los demás. Y empezaría a dejar de existir. 
—Thomas Pynchon, LSDL49

Así es como el psicoanalista Hilarius un ex-nazi, ahora freudiano ortodoxo, motivado por la culpa le responde a la protagonista (Edipa Maas) cuando esta acude a él con la esperanza de que le confirme que todo lo que está viviendo no es más que una fantasía, un delirio paranoico atribuible a sus más profundas carencias y traumas infantiles. Como Edipa, el lector de LSDL49 se ve imbuido en una vorágine de acontecimientos y encuentros completamente descabellados que parecen salidos de un viaje con LSD-25 (el alucinógeno es mencionado en la novela). Esa es la analogía más perfecta que se me ocurre: LSDL49 como un viaje con LSD (la coincidencia de las siglas obedece a la traducción y no es más que incidental).

Repetiré algo que ya han dicho muchos porque no deja de ser cierto: LSDL49 es un libro enorme (y ya sabemos que, cuando se habla de libros, la enormidad no es directamente proporcional al número de páginas). Filtros de cigarrillo hechos con huesos humanos, psiquiatras nazis que provocan enfermedades mentales de manera experimental, una banda que quiere imitar y superar a los Beatles, grandes y decisivas batallas no registradas por la historia, un recorrido por la bahía de San Francisco en los 60's, una extraña compañía aeroespacial y una no menos extraña sociedad secreta infiltrada en el servicio de correos desde el siglo XV... Y paranoia, mucha paranoia. Todo eso y más en menos de 200 páginas.

   




Lo mejor de todo es que nunca sabemos cuál es la realidad de todo esto. ¿Se trata de una auténtica conspiración? ¿O quizás la última broma de Inverarity (el amante muerto de Edipa, quien la ha nombrado albacea de su herencia)? ¿Es posible que todo se desate porque Edipa comsumió LSD sin saberlo? (esto se me acaba de ocurrir releyendo las primeras palabras de la novela) ¿O es todo pura y simple paranoia? Lo cierto es que, pese a que la mitad del tiempo no sabemos qué rayos está ocurriendo, la narración es tremendamente adictiva. Pynchon se encarga de meternos en la piel de Edipa, convirtiéndonos en los investigadores de su intrincadísima y alucinante trama. Al final, el lector comprometido y valiente recibirá una recompensa por todo su esfuerzo; no logrará dilucidar el misterio lamento decepcionarlos, pero habrá sido iniciado en lo que uno de mis amigos llama la "Frecuencia Pynchon", y una vez dentro de ella, no querrá (y no podrá) salir.



P.D.: Para quienes se animen a emprender este viaje, sepan que sintonizar la Frecuencia Pynchon conlleva tantos placeres como peligros. Para no perderse, se han confeccionado numerosas guías. He encontrado esta muy útil por tener anotaciones para las referencias de cada página:
P.P.D.: Esta reseña fue escrita con tres discos de Bob Dylan como música de fondo. Creo que también sería un excelente soundtrack para acompañar la lectura de LSDL49. 

P.P.P.D.: REINE EL SILENCIOSO TRISTERO OTRO SIGLO.





"WHY SHOULD THINGS BE EASY TO UNDERSTAND?"

                                                                                          —Thomas Pynchon


viernes, 3 de agosto de 2012

DFW sobre la ficción y la soledad.


"La ficción es una de las pocas experiencias en donde la soledad puede ser tanto confrontada como aliviada. Las drogas, las películas con cosas que explotan, las fiestas ruidosastodas ellas ahuyentan a la soledad haciendo que olvide que mi nombre es Dave y que vivo en una caja de huesos de uno por uno en la que ninguna otra fiesta puede penetrar. La ficción, la poesía, la música, el sexo realmente serio y profundo, y, de varias formas, la religión estos son los lugares (para mí) en donde la soledad es aprobada, contemplada, transfigurada, tratada."
David Foster Wallace

 

"Otras inquisiciones" como novela involuntaria (y como blog arcaico).



Oficialmente, técnicamente, Otras inquisiciones es un libro de ensayos; un recopilatorio de las disquisiciones de Borges sobre sus temas favoritos: la metafísica, la historia y la literatura. Hasta aquí, todos de acuerdo. Introduzco una interpretación radical: ¿Qué tal si el más famoso libro de ensayos del maestro fuera en realidad una novela velada, velada incluso para el mismo Borges, quien siempre manifestó su desconfianza por ese género?

La idea no es mía. Hace más o menos un mes leí el artículo La novela involuntaria, de Aníbal Jarkowski. El nuevo enfoque que ahí se le da a la colección de ensayos de Borges me inquietó al punto de ponerme a leer inmediatamente el libro. De acuerdo a la interpretación de Jarkowski, el protagonista, un tal Borges (quien revela su identidad en la última línea) comentaría sus impresiones y razonamientos fruto de las lecturas que va realizando a lo largo de cierto período de tiempo. La trama es así de sencilla: un lector se sienta, lee, piensa y escribe. Son las reiteraciones en cuanto a nombres (Kafka, Pascal, Quevedo, Kipling, Coleridge, Chesterton, Shaw), líneas, citas, alegorías y metáforas las que nos hacen pensar en el autor como un personaje, y en lo que escribe como capítulos acumulativos de una narración coherente, de una cronología: la de su pensamiento. Al final hasta nos encontramos con un epílogo, menos común en los ensayos que en las novelas.

Hay que admitir que la idea es plausible, pero, sobre todo, atractiva: Borges escribiendo, a lo largo de 15 años y sin saberlo, la novela que nunca quiso escribir. Creo que le habría gustado que alguien se lo hiciera notar; lo imagino soltando una carcajada. El mérito no es editorial, pues fue él quien eligió los textos que compondrían la colección que terminó titulándose Otras inquisiciones. Eligió voluntariamente esos ensayos, pero aparentemente, esa voluntad obedecía a otra voluntad: la de la Literatura.

Tras haber leído el libro de principio a fin, compruebo que este amplio muestrario de la erudición y el genio del maestro podría ser visto aún desde otra perspectiva. Preferiría no exponer esta idea, por repulsiva, pero no puedo evitarlo: si Borges fuera nuestro contemporáneo y si, hipotéticamente, se hubiera dejado arrastrar por la revolución tecnológica, y si, de nuevo, hipotéticamente, tuviera un blog, este se llamaría "Otras inquisiciones" (¡qué nombre tan bello para un blog!) y todos esos magníficos ensayos serían sus posts. Posts, por otra parte, plagados de links externos, para paliar nuestra tremenda ignorancia frente a sus incontables referencias (claro que seríamos redirigidos a la odiosa e incorrecta Wikipedia, en lugar de la Encyclopaedia Britannica).

No quiero seguir, pero la idea de este Borges moderno empieza a hacerse divertida: si tuviera una cuenta en alguna red social, esta sería Goodreads: 30.000 libros leídos y contando (ya le haría competencia a ese otro hipotético y excéntrico muchachito llamado Sabato). Quizá también, muy de vez en cuando, usaría Twitter, iluminando con sus aforismos a sus escasos pero fieles seguidores. Facebook no, de ninguna manera. Basta, no sigo, no más. No quiero ofender la memoria del maestro ni ganarme, como ya les ha sucedido a otros, el desprecio de María Kodama. Solo era un torpe ejercicio de imaginación.



domingo, 29 de julio de 2012

"After Dark", de Haruki Murakami (fragmento).



[...] Golpea suavemente el estuche del instrumento musical que se encuentra a su lado. Parece que esté dándole palmaditas en la cabeza a un perro fiel.
     —Los de mi grupo ensayamos en el sótano de un edificio de por aquí. Puedes meter tanto ruido como quieras, nadie se queja. La calefacción no funciona bien y, en esta época del año, te congelas, pero nos lo dejan usar gratis, así que no podemos andarnos con exigencias.
     Mari dirige una mirada al estuche.
     —¿Es un trombón?
     —Sí. ¿Cómo lo sabes? —dice él, ligeramente sorprendido. 
     —Sé qué forma tiene un trombón. Hasta ahí alcanzo.
     —Sí, ya. Pero este mundo está lleno de chicas que ni siquiera saben que el trombón existe. En fin, supongo que es inevitable. Ni Mick Jagger ni Eric Clapton se convirtieron en estrellas del rock tocando el trombón precisamente. ¿Y has visto alguna vez a Jimi Hendrix o a Pete Townshend destrozando un trombón en el escenario? Ni pensarlo. Todos destrozan guitarras eléctricas. Si machacaran un trombón, lo único que harían es el ridículo.
     —Entonces ¿por qué lo has elegido tú?
El hombre se hecha crema de leche en el café que le acaban de servir y da un sorbo. 
     —Cuando estaba en secundaria, un día, por casualidad, encontré un disco de jazz que se llamaba Bluesette en una tienda de discos de segunda mano. Un LP muy, muy viejo. No tengo ni idea de por qué lo compré. Ya ni me acuerdo. Porque yo, hasta entonces, no había escuchado nunca jazz. En fin, sea como sea, la primera melodía de la cara A se llamaba Five Spot After Dark y era alucinante. El trombón lo tocaba Curtis Fuller. La primera vez que lo oí tuve una especie de revelación. ¡Sí! ¡Ése es mi instrumento! El trombón y yo. El destino nos había unido. 
     El hombre tarareó los ocho primeros compases de Five Spot After Dark.
     —La conozco —dice Mari.
     Él pone cara de pasmo. 
     —¿La conoces?
     Mari tararea los ocho compases siguientes.
     —¿Y cómo es que la conoces? —pregunta él.
     —¿Hay algo malo en ello?
     Él deja la taza de café sobre la mesa y sacude ligeramente la cabeza. 
     —No, no hay nada malo. Sólo es que... Es que no me lo puedo creer. Que, hoy en día, una chica conozca Five Spot After Dark... En fin, el caso es que Curtis Fuller me alucinó y, a raíz de eso, empecé a tocar el trombón. Les pedí a mis padres que me prestaran algo de dinero, me compré un trombón de segunda mano, entré en el club de música de la escuela y, desde el bachillerato, voy tocando en uno u otro grupo. Al principio hacía de acompañamiento en conjuntos de rock. Una especie del Tower of Power de antes. ¿Conoces Tower of Power?
     Mari niega con la cabeza.
     —No importa. Total, que antes hacía eso, pero ahora toco jazz, puro y desnudo. Mi universidad no es nada del otro mundo, pero tiene un grupo de música que no está mal.
     La camarera se acerca a llenarle de nuevo el vaso de agua. Él hace un gesto negativo. Echa una ojeada al reloj de pulsera.
     —Ya es hora. Tendría que irme.
     Mari calla. La expresión de su cara indica: "Nadie te retiene".
     —Claro que todos llegan siempre tarde —dice él.
     Mari no hace ningún comentario al respecto.

sábado, 28 de julio de 2012

"Bariloche", de Andrés Neuman (fragmentos).


[...] no entendía por qué la noche se cargaba de sonidos, un camión gigantesco que no se veía, grillos, un tango, un crujir cercano como de huesos o de pequeñas piezas que se agitan en una caja. Miró con atención al frente y vio la mole en sus detalles, su lomo irregular, su superficie abultada como un bosque de heridos que se revuelven o que ya no se mueven y entonces es más bien la fosa común de todas las ciudades por la noche, ¿qué hora era?, le llamó la atención que, a la luz desmayada de los focos del hangar y de la luna oculta tras las nubes de vinilo, todos los destellos de los cristales enterrados fueran verdes. 

¿Qué había realmente dentro de los millones de bolsas? ¿Cuáles serían suyas? ¿Podría rescatarlas?

[...] Bajo sus pies, a escasos metros, respiraba toda la excrecencia del mundo con su aliento venenoso. La vista se le perdía en un horizonte de fragmentos extrañamente organizados, de millones de cabezas asomadas desde la tierra hacia la fría noche, buscando algo de oxígeno. [...] le costaba entender, Dios santo, cómo podía haber tanta, tanta mierda, mejor dicho, más que moverse como criaturas individuales, los desperdicios lo hacían con tendencia a fusionarse, era tan uniforme todo, el nylon, la mierda y el silencio... La convulsión provenía de abajo, de muy profundo abajo, él lo intuía bajos sus pies helados, era un temblor verde y subterráneo que tejía una piel artificial e invulnerable, la Mierda Única, un mar de ahogados. Miró fijamente el epicentro del monstruo: un mar, ¿no era eso? O un lago prehistórico de nombre imposible, y la noche iluminó con lenta luz la superficie del Nahuel Huapí, olía a humedad, a piedra, la tierra oscura cedía y emanaba, el cielo y el lago se gruñían como dos osos rivales, infinitos, el frío endurecía los colores. 

[...] no había hora, todo se moría al mismo tiempo (un ligero mareo, las sienes encogidas), temblaban las lagartijas y aún se escuchaba el ronquido atroz de la bestia, era cuestión de tiempo, palpitaba, tenía sus métodos, la bestia. 


Tiempo. No había habido nunca una ciudad abajo, ¿pies?, ¿qué pies?, sólo sabía que entre jirones de nylon emergían dos gatos que jugaban a arañarse y a quererse confundiendo sus colores, se metían en dos bolsas y salían por otras dos, ¿o había un gato escondido en cada bolsa?, había un algo como de pétalos caídos sobre un sendero embarrado. [...] Sintiendo cómo aumentaba el palpitar de las sienes, recogió su mochila y acudió con los ojos cerrados, hasta escucharse en medio de la noche el claro rumor celeste  de una zambullida.




sábado, 7 de julio de 2012

Nuevos ejercicios de estilo.

A veces leemos libros que, ni bien terminados, nos compelen a escribir. Suele tratarse de un tipo de inspiración que viene de la mano de la lectura; algún tema tratado por el autor toca un nervio creativo y genera una idea que debe ser inmediatamente transportada al papel (la computadora, vaya, seamos modernos). Desde luego, también suele pasar con otras formas de arte, pero aquel impulso creador que va desde la literatura hacia la literatura, al estar bajo la misma línea de expresión, es percibido como más directo; más puro, si se quiere. 

Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau es un ejemplo de esos libros, pero un ejemplo extremo. En este pequeño librejo (apenas excede las 160 páginas en la versión castellana, aun con la introducción de Antonio Fenrández Ferrer, que ocupa el 40% del libro), el co-fundador de la Oulipo (siglas de "Ouvroir de littérature potentielle" o "Taller de literatura potencial") lleva la experimentación de las formas hasta el límite. Empezando con un simple y hasta trivial texto base, Queneau nos muestra el ilimitado potencial de la literatura cuando esta es liberada de sus "coerciones", contándonos la misma historia no diez ni veinte, sino noventa y nueve veces (¡sí, 99!), variando el estilo en cada una de ellas. Las diversas fórmulas que emplea van desde las más antiguas figuras de la retórica y la estilística (lítote, metáfora, poliptoton, sínquisis), pasando por múltiples registros comunicativos, hasta parodias del lenguaje contemporáneo. 

Este es el texto en la forma "Relato", considerada la forma cero: 

Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.
Dos hora más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.

Leído una sola vez en esta forma básica, el texto evoca una imagen clara, pero efímera. Esta última cualidad cambia irremediablemente una vez que se lo ha leído 98 veces más (de corrido) en las variantes estilísticas más ingeniosas, ocurridas e incluso disparatadas. Concluida esta tarea, una vez que se ha leído la última línea de la última versión, en contra de todo pronóstico, el lector se queda con ganas de más. Las noventa y nueve, que en un principio parecieron excesivas e imposibles, ahora aparecen como solo una fracción de la infinidad de posibilidades. Y el lector-cómplice (dirigirse a Cortázar para la respectiva aclaración de categorías) no puede hacer más que sentirse apelado y contribuir a la continuación de este juego.

Caligrama de Jacques Crelman para al edición ilustrada de Excercices de style.

Me propongo entonces aceptar el desafío planteado por Queneau y explorar otras posibilidades, algunas de las cuales él mismo propone en un anexo del libro. A continuación, mis propios, nuevos ejercicios de estilo:


Prohibición 
A todos los habitantes y visitantes de París: Debido al aumento de las quejas ciudadanas respecto a la incomodidad y a los peligros derivados del exceso de pasajeros en los autobuses de la línea S, queda terminantemente prohibido ocupar la plataforma trasera de los mismos en horas pico (una hora antes y una hora después del medio día). Si usted fuera testigo de uno de esos percances (digamos, si un tipo de cuello alargado y sombrero ridículo arremetiera contra otro viajero acusándolo de pisotearle cada vez que la gente sube y baja del vehículo), le sugerimos no entrometerse y dejar que los implicados resuelvan su querella por sí solos.  
Se comunica también que a partir de las dos de la tarde (14h00) los autobuses de la misma línea (S) no podrán pasar por la calle de la estación Saint-Lazare, debido a que desde esta semana la plaza Roma sirve como recinto de la Bienal de Sastrería y Modas de París. Si por casualidad usted observara desde el autobús a un sastre darle consejos sobre el escote de su abrigo al mismo tipo de cuello largo y sombrero ridículo, sepa que ha incumplido con esta prohibición y que la sanción será severa.
Atentamente, la Gobernación.

Oxímoron 
Sucedió tarde por la mañana, hacia el mediodía. Un autobús de la línea S iba y venía, tan lleno de vacíos, de gente vacía, como siempre, ¡como nunca! De pronto, un tipejo con el cuello abismalmente largo y un sombrero de fieltro de un exquisito mal gusto, empieza a discutir tranquilamente con un vecino en el extremo opuesto del autobús. Le gritaba discretamente y le injuriaba de la manera más calmada que uno se pueda imaginar. El motivo era la supuestamente evidente tendencia del viajero a pisotearle con el frecuentemente espaciado subeibaja de la gente al medio de transporte. Inesperadamente, en un instante que pareció eterno, el tipo del sombrero corre lentamente a sentarse en un sitio vacío. 
Dos infinitamente cortas horas más tarde, vuelvo a ver al tipejo frente a la horrorosamente bella estación de Saint-Lazare. Estaba siendo interpelado tímidamente por un amigo sobre la urgencia postergable de disminuir ampliamente el escote de su abrigo.

Carta ofensiva
Señor L (o como se llame); 
Probablemente usted no recuerde quién soy, pero permítame asegurarle que, para mi desgracia, yo lo recuerdo y lo recordaré perfectamente por el resto de mis días. El día de ayer, cerca del mediodía, usted y yo nos encontrábamos en la plataforma trasera de un autobús de la línea S. Como usted recordará (si es que su memoria es tan buena como su odiosa tendencia a fastidiar a la gente), el autobús estaba asquerosamente lleno. La gente seguía subiendo y nadie bajaba, y ese conductor incompetente permitía todo esto sin preocuparse por nuestra comodidad y seguridad. El calor era horrible; esto, sumado al continuo movimiento del bus a causa del ignorante y desadaptado conductor, hacían de mi viaje la experiencia más desagradable del día. ¿Usted qué tiene que ver? Mire, atrevido, ¡yo lo ví! ¡No crea que no me di cuenta! Como si no fuera suficientemente molesta toda la escena que le he descrito, usted empieza a pisotearme y empujarme a propósito, aprovechándose del traqueteo del vehículo y de la multitud. ¡Casi pierdo mi fino sombrero de fieltro con cordón trenzado! Pero seguramente un vulgar como usted ignora el valor de un sombrero como ese. Si hubiera sido yo una persona menos decente (alguien más parecido a usted, tal vez) tenga por seguro que le habría propinado un buen par de golpes en ese mismo momento. Pero no podía rebajarme a su nivel. Fue así que, a la primera oportunidad, me apresuré a sentarme en un asiento vacío, poniendo mi distancia entre su mala educación y mi persona. El objetivo de esta carta no es otro que el de comunicarle mi indignación por su deplorable comportamiento el día de ayer. Sepa que individuos como usted tarde o temprano pagan por su insolencia y falta de modales.
P.D.: Sé que no es de su incumbencia, pero quisiera también que sepa que dos horas más tarde del desagradable accidente con usted, encontrándome frente a la estación de Saint-Lazare, un energúmeno desconocido, probablemente un borracho vagabundo, se me acerca y me dice que le parece que a mi abrigo le falta un botón o que mi cuello es demasiado largo, porque el escote es muy pronunciado. ¡Puede creérlo! ¡Justo cuando creía que mi día no podía empeorar!


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Siete pecados capitales 
Fue sobre todo la pereza, estoy seguro, la que me obligó a tomar el autobús de la línea S a esa hora. En seguida me arrepentí, la avaricia del conductor hacía que este permitiera subir a demasiada gente, sin considerar la creciente incomodidad a la que sometía a los pasajeros. Hombres y mujeres por igual, todos apretujados en la estrecha plataforma trasera de ese vehículo. El malestar era tal que cualquier pensamiento lujurioso estaba descartado. De pronto, un jovenzuelo soberbio se desata en un ataque de ira contra uno de sus vecinos, acusándolo frenéticamente de haberle pisado adrede. Sin embargo, un instante más tarde, se retira y va a sentarse a un sitio desocupado. 
Son curiosas las coincidencias de la vida. Esa misma tarde, aproximadamente dos horas después de haber presenciado este incidente, volvía a ver al mismo joven soberbio e irascible en medio de una airada discusión con un sujeto, frente a la estación de Saint-Lazare. No estoy seguro de cuál era el motivo esta vez, pero me pareció que el sujeto en cuestión, evidentemente lleno de envidia, le sugería al joven soberbio que añadiera un botón en la parte superior de su abrigo, porque su tendencia a la gula y su largo cuello hacían que el escote se pronunciara en exceso. 

V + 7*
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), obturé a un personaje con el cuello bastante largo que lobreguecía un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo intervino, de golpe y porrazo, a su vecino, prevaricando que le pizcaba adrede cada vez que subseguían o balbuceaban viajeros. Pero abarquilló rápidamente la discusión para lastarse sobre un sitio que había quedado libre. 
Dos horas más tarde, vulneraba a verificarlo delante de la estación de Saint-Lazare, cooptando con un amigo que le acoraba dispensar el escote del abrigo harbullándose subseguir el botón superior por algún sastre competente.**


Podría seguir y seguir, pero creo que la lección es clara: las posibilidades del lenguaje y de la creatividad son ilimitadas. Quien se sienta con ganas de ensayar un estilo particular, de probar su inventiva o simplemente de escribir, tiene todas estas propuestas aún no explotadas de Queneau a su disposición: 

Dedicatoria, ideas macabras, ficha de lectura, carta de rechazo del editor, costura (nombres de vestidos), charada, adivinanzas, declaración de amor, sordomudo, ciego, borracho, paranoico, confusión mental, delirium tremens, reglas de un juego, ley, enigma, crítico literario, esquela, elegante, caos, símbolos, fábula, elocuencia política, requisitoria, atributos, anáforas, epíforas, moraleja, fenomenológico, detective, crucigrama, aliteraciones, lugares comunes, proverbios, biológico, económico, sociológico, químico, geológico, infantil, abstracto... Y un largo etcétera. 


________________________________________________________________________________
* El ejercicio "V + 7" se realiza con la ayuda de un diccionario. Se reemplaza en el texto cada verbo (V) por el séptimo (+7) que se encuentra en el diccionario elegido, contando a partir del verbo original. Los dos términos de la fórmula pueden variar, de manera que V puede ser sustituido por S (sustantivo), A (adjetivo), Ad (adverbio), etc., y en lugar de 7 podemos optar por otra cifra cualquiera. V + 7 solo es una posibilidad entre muchas de la formula general P + n  o P - n.

** Para este ejercicio en particular utilicé el Diccionario Enciclopédico Océano Uno Color, edición 2003.


sábado, 30 de junio de 2012

El fin (?) de lo infinito.

Cuando empecé a leer La broma infinita (hace casi cuatro meses), no sabía en lo que me metía. Lo único que sabía era que empezaba a leer algo descomunal, la novela más larga a la que me había y me habré enfrentado. Empecé con miedo; todas las referencias me hacían pensar que se trataba de un libro no solo excesivo en cuanto a su extensión, sino también en cuanto al contenido y al estilo. El nombre "David Foster Wallace" evocaba en mí la idea de ingenio-complejo-que-requiere-toda-tu-atención-y-tu-tiempo, al más puro estilo de uno de sus maestros: Thomas Pynchon. Leí más de 20 veces la línea inicial  Estoy sentado en una sala, rodeado de cabezas y de cuerpos  antes de decidirme al fin y lanzarme de cabeza dentro de lo que sabía sería la aventura literaria más peligrosa y arriesgada en la que me metía hasta el momento.

Ahora, cuatro meses y 1404 páginas después (lo leí en versión electrónica en mi nook, por eso tiene más páginas que la versión impresa), solo puedo declarar algo: no me arrepiento. Cada segundo invertido en esta obra maestra valió la pena. Descubrí en seguida que no había nada que temer en este libro; todo lo contrario. El verdadero valor de La broma infinita radica en la experiencia misma de su lectura, mientras ocurre, mientras viajamos de la mano de Wallace a través del imposible y a la vez hiperrealista mundo que construye. No voy a desvariar en alabanzas sobre su ingenio y narrativa: ya hay suficientes ensayos, artículos, entrevistas y opiniones sueltas que certifican que el 12 de septiembre de 2008 perdimos al más grande escritor norteamericano contemporáneo, y que LBI fue su opus magnum

Una portada tentativa diseñada por fanáticos de la novela
que muestra algunos de los principales fetiches y temas
recurrentes a lo largo de la misma. 

Esta serie de posts relativos a LBI han tratado no solo de reunir mis impresiones a medida que avanzaba con la lectura de la novela, sino también de aportar con material visual de diversas fuentes que ayudara a comprender y a disfrutar mejor la misma. Siendo este el último post de la serie (por el momento), creo que es hora de compartir estas tres formas tentativas de visualizar la totalidad de la novela. Están ordenadas por niveles de complejidad:


1) El más sencillo pertenece a Jake Bittle y muestra la forma circular que tiene la trama, los principales acontecimientos y sus ubicaciones en el tiempo, así como una hipótesis explicativa de la trama.

2) Seguimos con este diagrama del diseñador alemán Jonny, que muestra las relaciones entre los principales personajes y las instituciones o grupos con los que están asociados.

3) El último y más complejo es obra de Sam Potts. Incluye a todos los personajes y sus asociaciones solo se representan por puntos y líneas. (Si ya empiezan a tener un dolor de cabeza tratando de recorrer este diagrama, esperen a empezar con la novela).

Hay poco que se pueda decir sobre la trama sin dejar de lado aspectos fundamentales. No hay duda de que se trata de una novela compleja y de que, como lo dijo el mismo Wallace, todo en ella está ahí por una razón. He encontrado algunas teorías explicativas que cierran el círculo y atan la mayor cantidad de cabos sueltos posibles, siendo esta la más interesante. A lo mejor algún rato la traduzco y la contrasto con mis propias opiniones y teorías. Sin embargo, este final sin final se veía venir; Wallace mantiene a través de toda la novela la sensación de que estamos en la mitad de la misma. Enemigo de una estructura predecible, tenía que evitar a toda costa un cierre tradicional. En los últimos capítulos, las diferentes líneas (narrativas) empiezan a dirigir sus vectores hacia un mismo punto, sin llegar a converger en él, dejando así la novela sin un final definitivo, volviéndola in-finita.

La experiencia me dice que, con el tiempo, inevitablemente iré olvidando las increíbles escenas (tanto en los momentos más serios como en los más hilarantes), los tremendamente profundos y humanos personajes, y la totalidad de ese universo alternativo (y no tan alternativo, porque Wallace resultó ser un profeta respecto a ciertas realidades). Uno lee la línea final y se siente invadido por múltiples sentimientos, de los cuales el principal es la nostalgia, junto con una sensación de incredulidad; la certeza de que esta(s) historia(s) no ha(n) acabado, no tiene(n) fin. Me despido de LBI como si se tratara de un viejo amigo, mi mejor amigo, mi cómplice; después de todo, cuatro meses no son moco de pavo. Volveré a ella en algún momento, lo sé, y cuando suceda ya no me aproximaré con miedo como la primera vez, sino con la confianza, la seguridad y el respeto de los más entrañables compañeros de viaje. Más que nunca, creo que es oportuna esta cita de Chesterton, referente a las obras de ficción: "Literature is a luxury; fiction is a necessity". O directamente esta, más cruda, del propio Wallace: "Fiction is about what it is to be a fucking human beign".


La línea final de la novela, que en español dice:
"Y cuando volvió en sí, estaba echado de espaldas en una playa sobre la arena muy fría 
y caía la lluvia de un cielo bajo y la marea estaba lejana."  
Si llegaste hasta aquí, te felicito, viajero.